Según la última
División Político-Administrativa de nuestro país, la República de Cuba consta de
15 provincias y el municipio especial Isla de la Juventud.
Lo de especial puede
tener muchas explicaciones. Yo me remontaría hasta sus mismos orígenes
cuando hace exactamente 518 años, el
gran Almirante de la Mar Océano la descubriera aquel 3 de junio de 1494.
El Adelantado propiamente
la bautizó El Evangelista, en honor al fraile cordobés de a bordo, que la
bendijo en ése, su segundo viaje; sin embargo, más pudo la costumbre, pues Juan
Salcedo, criado portugués de Colón aclara que era común señalarla como Isla
de Pinos, según costumbre aborigen por la proliferación de coníferas y
palmas de su aberrante espesura. También se le decía por entonces Siguanea
o Casa de los caracoles según lengua quiché.
Hacia 1514, Diego
Velázquez envía un mapa a los Reyes Católicos donde señala a la isla con el nombre de Santiago.
Obsesión que se cumplió, o había cumplido con la segunda villa fundada por el.
La bula del 3 de mayo
de 1493 por el Papa Alejandro VI, otorgaba a España y Portugal la exclusiva soberanía sobre toda tierra
descubierta o por descubrir más allá de las cien leguas al oeste de Las Azores
o de Cabo Verde, poniéndole la luz roja al resto de los países europeos con
igual intención.
Dicen que quien mucho
abarca poco aprieta, de ahí que con todo
el oro y la plata de las Antillas, la Florida, y la conquista de los Imperios
azteca e incaico, poca importancia le puso la Metrópoli a la virginal y diminuta Isla de Pinos--incluída
la propia ignorancia real--pues la fiel Isla de Cuba no era tal, sino archipiélago; y España una
simple península de Eurasia había sido convertida en Imperio por la gracia de
los Reyes Católicos.
El abandono duró casi
tres siglos, y en 1797 sólo contaba con 76 habitantes en todo el territorio
insular, la mayoría de ellos dedicados al contrabando y el trapicheo llamado
eufemísticamente “comercio de rescate”, mucho más rentable que el ofrecido por las férreas ataduras de la
Casa de Sevilla.
Así las cosas, más
que una isla, la de Pinos se convirtió en una posada o lugar de tránsito para
viajeros indeseados por la Corona. Ese cosmopolitismo la llevó a emular de tú a
tú con la Isla de la Tortuga.
Muchos de esos corsarios,
bucaneros y filibusteros, al verse en peligro, optaron por esconder sus
“bienes” y darse al despetronque. De ahí que también sea conocida como la Isla del Tesoro, incluso se dice que
inspiró esa obra maestra y homónima de Robert L. Stevenson.
La mejor prueba de
dicha influencia está en los cuentos de tesoros, botijas y cofres escondidos
que proliferaron hasta mediados del pasado siglo neocolonial antes de que la
solidaridad educacional y la Isla de la Juventud
se apropiaran del patronímico
Pero más que las
fortunas encontradas, la geografía
insular fue mucho más prólija con remembranzas de esos visitantes ocasionales
como Punta
Francés en memoria de Francois Lecerc, primer “pata de palo” que dejó
su huella en las arenas del litoral, o la Caleta de Agustín Jol, otro pirata
tullido quien aterrorizó al Caribe en el Siglo XVII, Cabo
Pepe se debe a la herencia que dejó Pepe el Mayorquín, el cual asolaba con patente de corso español, o
Drake,
así como la laguna de Los
Bucaneros, al este de la ciénaga pinera mientras al sur de la Isla se
rinde pleitesía a Nao el
Olonés. La lista se completa con la Estera de los Corsarios
y el sitio Henry Morgan muy cerca de
Santa Fé.
El asesinato de los
tripulantes de una fragata británica en 1826 provocó un vuelco a la flema
inglesa que amenazó con responder con toda la fuerza de la Reina de los Mares y
ocupar el islote semidesértico . España cogió la seña y se puso para las cosas;
de ahí la fundación de la Colonia Reina
Amalia en 1830 con el fortalecimiento militar del territorio y la fundación
de Nueva Gerona.
Sabemos también de
los intentos yanquis por apoderarse de la misma, con la excusa de las
carboneras para su flota durante la intervención de la seudorrepública a
comienzos del siglo XX.
Además de pinos,
tesoros, y cotorras, --pajarraco que también aparece en su fe de bautismo como Isla de las Cotorras -- el enclave también cuenta con leyendas y ritmos
autóctonos como los cuentos del bucanero
Toribio Pantoja, ladrón de quinceañeras y cochinos jíbaros; o del Barón de
Herrera, émulo del Barón de la Castaña, de quien se cuenta que: “…en
cierta noche estaba limpiando un pozo de 50 pies de agua y de pronto se le cayó el farol al fondo. A los quince días regresó a buscarlo, y cuando lo rescató todavía
estaba encendido…”
En cuanto a la
música, es conocidísimo el sucu-suco Felipe Banco, cuyo origen no tiene nada que ver con la
popularidad que obtuvo la pieza; pues se refería a la traición de cierto lugareño
así nombrado quien engañó a un grupo de sublevados durante la contienda de
1896.
Por entonces a los
insurrectos se les apodaba indistintamente mambises o majases, como
patronímico de guerra según los cubanos o los
españoles. La letra se refiere precisamente al descubrimiento de la guarida
criolla, pues dice así:
“…Ya los majases no tienen cueva
“…Ya los majases no tienen cueva
Felipe Blanco se las
tapó,
Se las tapó, se las
tapó,
se las tapó, que lo
vide yo…”
Tremendo chivato que
nos resultó el tal Felipe Blanco.
Muy bueno no tendras algo referido al Varon Herrera de Isla de pInos, dice era muy mentiroso en sus cuentos, saludos, Oliver
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