A
estas alturas de mi vida, debo confesar
que hace unos sesenta años abracé una profesión en la cual la sorpresa es
imprescindible: Dibujante humorístico de prensa.
El
hábito hace al monje, y así soy yo. Me gusta sorprender y que me sorprendan. Disculpen
pues esta larga pero necesaria
introducción pero…
--¿Son
los Uranga descendientes de una ancestral tribu africana?
--¿Se
trata de una etnia precolombina?
Nada
de eso.
Para
continuar con la intriga voy a contarles una anécdota aclaratoria:
Hace unos veintipico de años, durante la escala en un aeropuerto europeo, escucho por los altavoces y en perfecto español que se solicitaba la presencia en el “counter” del señor Uranga.
Hace unos veintipico de años, durante la escala en un aeropuerto europeo, escucho por los altavoces y en perfecto español que se solicitaba la presencia en el “counter” del señor Uranga.
Inmediatamente
un joven mucho más alto y fornido que yo se presentó ante el mostrador donde menda
recogía sus documentos. Terminada su
breve gestión, me le acerqué y en voz baja le digo:
--¿Cómo
anda la gente allá por Maisí?
La
sorpresa le dejó escapar un imperceptible:
--¡¡¡BIEN???
Ése
soy yo y mi gran defecto. Aquello podría interpretarse como una indiscreción. En
ese momento no sabía cual fuera la reacción del individuo.
De
inmediato me le adelanté, presenté mis excusas y le expliqué que se trataba de
una broma, pues en el verano de 1967 y
durante uno de mis reportajes por la antigua
provincia de Oriente junto al colega Juan Ángel Cardi visité el Faro Concha,
situado en el extremo más oriental del archipiélago; allí conocí al solitario torrero
Uranga y su familia.
El
asombro tornase alegría y una amena conversación surgió entre ambos, pues lo
raro era encontrar en un lugar tan distante de Baracoa a una persona con el inusual apellido, ya que el aislamiento y
la soledad de esa familia allí asentada resultan
un tanto extraño en aquellas latitudes de la Eurozona.
La
charla versó, entre otras cosas, sobre la antigüedad de la farola construida
por los españoles el 19 de noviembre de 1862, hace exactamente 150 años; y del
difícil acceso en el pasado al hocico del caimán por Gran Tierra, o sea a la
punta de Maisí, así como su origen gallego (Ahí sí).
Pero
más interesante aún era la vida misma de dicha familia: Veamos mi versión:
En
el verano de 1967 con motivo de celebrarse el 26 de julio en Gran Tierra, el
redactor Juan Ángel Cardi y yo fuimos enviados especiales de PALANTE a dicha
actividad.
Ya
el viaducto de La Farola había humanizado el acceso a la Ciudad Primada, pero
otro peor nos esperaba. El camino de Baracoa a Gran Tierra.
Mi
versión caricaturesca quedó así reflejada. Dejemos que Cardi la describa con sus propias
palabras:
.“…Jamal,
Mosquitero, Capiro, Guajimero, Arroyo La Vaca, Boca de Jauco, Chafarina, Veril,
son lugares y caseríos asentados entre montaña y montaña, seguramente para crear
la impresión de que ya se está llegando
a donde uno va. Y cuando uno llega a La Tinta—donde el café es claro—y pregunta
si falta mucho, le dicen que no, que la meta está detrás de la loma, y luego
resulta que la tal loma, que se llama del Naranjo, está once metros más allá del
Himalaya, pero lo que pasa es que los geógrafos no la han medido bien… (…) Nos
enseñaron en el colegio que la Asunción era la capital de Paragüay, pero no. Ahora resulta que La Asunción
es la capital de Gran Tierra, según hemos podido comprobar Blanco y yo, hasta
el punto de sentirnos capaces de ir a discutir el asunto en la mismísima Academia
de Ciencias…”
Volvamos
al principio: El faro de Maisí--no está exactamente ahí sino en la Costa Norte; en un sitio llamado Punta
de la Hembra y hay que ser muy macho para llegarse hasta dicha punta.
Otra
curiosidad: hay otro lugar en Maisí donde si usted mete el pie en el agua del litoral—y
nosotros hicimos la prueba—no se sabe si está haciéndolo en el Estrecho de la
Florida o en el Mar Caribe.
Tras
secarnos los pies, llegamos al hogar de los Uranga, una vivienda al pie de la
torre. Si para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita,
aquí también: Hasta la punta de la farola hay que ascender en una espiral
interminable de 144 escalones de madera y otros 9 de hierro para un total de
163 marcapasos.
Edicto
René Uranga aquí inmortalizado alerta y sin zapatos por mi caricatura de 1967,
se había incorporado en 1964 a las labores de torrero que le venía de herencia
pues toda la familia desde su abuelo lo habían sido antes. Allí vivía junto con
su esposa Blanca Nieves Terrero con quien tuvo 9 hijos. Eran por tanto los
primeros cubanos en divisar el sol que
despuntaba desde Haití a primeras horas
de la mañana y también los primeros en despedirse de él en sentido contrario por
las tardes.
Su
tarea cotidiana era ascender tres veces en la noche para medir el tiempo del
destello –cada cinco segundos-- para saber si la señal está correcta, pues se
trata de un punto internacional con mucha responsabilidad y en un lugar
estratégico donde cruzan a diario el Paso de los Vientos unos 30 barcos. –más bien cruzaban, recuerden que estos datos
datan de 1967--. Nos contó René que en cierta ocasión falló el mecanismo del
fanal y tuvo que pasarse toda la noche dándole vuelta a la luz con la mano sin
que perdiera el ritmo de velocidad establecido oficialmente
A
partir de 1959, enormes esfuerzos y no pocos
proyectos colosales habían
humanizado las condiciones de
aislamiento en la zona. A tal punto que todas las conversaciones partían del
mismo estribillo… Antes y Ahora:
“…Antes Gallinart nos explotaba--Refería un agricultor víctima de aquellos terratenientes del pasado--. Antes no se veía el dinero—nos pagaban con vales--. Antes no teníamos ni esperanza—dice una mujer que disfrutaba una de las cinco nuevas viviendas construidas en Los Arados--. Antes vivíamos como perros aislados—decía un anciano cariñoso acariciando a su mascota sata…. Antes, antes, antes… Así hasta el infinito, sin contar el Vía Crucis de la parihuela –especie de ambulancia peatonal—donde se trasladaban los enfermos que bajaban a la posta médica en el llano y muchas veces, a mitad de camino, aquello se convertía en un funeral.
Según
nos contó Uranga, un año después de instalarse con su familia, se incorporó
otra proveniente de Maisí formada por Eusebio Matos con su esposa Miguelina
Rivas y sus tres hijos.
Han
pasado más de veinte años del encuentro fortuito con uno de los vejigos de
Uranga en aquel aeropuerto del otro lado del mundo. Desconozco el estado actual
de la familia, pero creí oportuno recordarlos al tener acceso a los escurridizos
archivos donde—por fin-- pude copiar las caricaturas que ilustran el trabajo.
Agradezco y le doy crédito a los datos tomados de otra
información ofrecida por el destacado colega, Toni Piñera quien visitara
dieciocho años más tarde al emblemático faro
y sus habitantes: El reportaje lo tituló “Los primeros cubanos en ver el
sol”: y fue publicado en GRANMA
con fecha (1-6-1985).
Terminemos
pues con las palabras del propio Edicto
René Uranga en la entrevista para ese diario:
“…Yo nací aquí y nunca me aburro ni me siento
solo, porque en nuestro país, después del triunfo de la Revolución, por más
lejos que un trabajador se encuentre, siente el apoyo de todos. Me gusta mucho
mi trabajo, y lo desempeño con todo mi corazón…”
Parece mentira que su hija estubiera frente al faro y por vivir en Miami no la dejaran entrar a la casa donde nacio(la casa de faro) conoci personalmente a su esposa nieve y sus hijos,todos nacidos en Maisi,trabaje muchos años en la estacion Meteorologica de Maisi,donde esa familia me mato mucha hambre pue el suministro de alimento era pesimo en nustra estacion...Gracias Nieves terrero y que Rene descanse en paz.
ResponderEliminarFrancisco Abella