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25 oct 2012

OTRO RECORD GUINESS


Desde que el mono se bajó del árbol y puso sus cuatro patas en tierra, comenzó a notar las mutaciones de su propio desarrollo perdiendo poco a poco la orgullosa pelambre que cubría todo su cuerpo hasta dejarlo pelado como un plátano excepto en dos o tres puntos velludos y claves de su anatomía. Uno de los dos rabos—por suerte el de atrás—se acortó hasta desaparecer totalmente por inútil, ya que no necesitaba colgarse más de las ramas de los árboles. Sin embargo, en la medida en que el eslabón perdido se irguió sobre sus pies, comenzó su añoranza por las alturas.
Se pasaba horas embobado mirando al cielo y envidiando a los pterodáctilos que volaban a pesar de su condición de reptiles gigantes y pesados. Constancia de ello quedó en los archivos del Parque Jurásico, por usuarios tan respetables como el Sr. Pitecántropus Erectus o el Hombre de Cro-Magnon.
Esa quimera duró siglos, tal vez milenios, reptando a través de la Edad de Piedra, del Bronce, del Hierro y hasta de la Peseta. Pero un buen día la humanidad  arribó a la Ilustración y con ella  un individuo sui-géneris,
Leonardo Da Vinci: Inventor, dibujante-diseñador, fabricante de armamentos; en fin, el primer Hombre Orquesta  del Mundo; o sea, músico, poeta y loco.
Sólo así se explicaba su tesis de que:”…Si un hombre dispone de un dosel de paño que tenga 12 brazos de ancho por 12 de alto, podrá arrojarse de cualquier altura sin hacerse daño…”
Pero de la teoría a la práctica va mucho trecho y no se sabe cuántos y cuántas se rompieron la crisma en el intento desde aquellos lejanos tiempos del Siglo XV, cuando aún, nosotros, --los del lado de acá del charco—no existíamos aún para la culta Europa.
Si vemos esto con optimismo, comprobamos que fue un primer paso hacia el abismo, y por consiguiente para aprender a volar, porque solo capando se aprende a cortar huevos.
La tracción animal, el carruaje, la máquina de vapor, el ferrocarril y el automovilismo acortaron las distancias por tierra. Piraguas, canoas, bajeles, galeones, y otros cachivaches flotantes pasaron del remo a la vela y de ahí al buque de vapor, para trasladarnos como el vals: “Sobre las Olas” pero el cielo se mantenía puro, virgen e intocable.
Cuando la Revolución Industrial dijo en las proximidades del pasado siglo –“¡Aquí estoy yo”--; otros tan chalados como Da Vinci lograron levantar vuelo por gracias a ingenios mecánicos o aplicando las leyes de la aerodinámica. Sólo tres ejemplos: Nuestro desaparecido Matías Pérez, los estadounidenses hermanos Wright y Santos Dumond el brasileño.
Lo cierto es que, por fin, el hombre –sin complejo alguno--volaba como los pájaros, y cada vez más rápido y más alto.
Hubo una etapa fatal durante la época de oro del “cómic yanqui” en que surgieron superhéroes de ficción que podían levantar vuelo con ayuda de una simple capa o cierta palabra mágica. No se sabe cuántos niños en el mundo  murieron en el empeño de imitar a Superman.
Claro, a la larga la gente aprende, y hoy, ni los más pequeños creen en cuentos de camino por muchos video-juegos  que se inventen para capturar incautos; me refiero a los bolsillos de sus padres.
Así las cosas, el pasado 14 de octubre, nos sorprendió la noticia de que un ser humano—austriaco por más señas—de 43 años y llamado Félix Baumgartner logró romper tres récords históricos: 1) La mayor altura alcanzada (39,058 metros) o sea el punto más alejado de la Tierra, sólo con la ayuda de un simple globo. 2) El salto al vacío con parapenta  desde ese mismo lugar. 3) Y haber roto la barrera del sonido en caída libre.
Dicha hazaña requirió de no poco entrenamiento—cada una de sus pruebas, más peligrosa que la anterior. A saber: Lanzarse desde las Torres Petronas de Kuala Lumpur; sobrevolar el Canal de la Mancha sin mancharse, ni siquiera salpicarse un poquito; tirarse de cabeza desde el piso 91 del edificio Taipei que dejó a todo el mundo hablando en chino; y hacer otro milagro similar desde el Cristo Redentor de Río de Janeiro, entre otras proezas.
Lo más curioso es que el entrenador lo fuera el yanqui Joe Killinger—apellido un tanto asesino— de 84 años de edad, quien había realizado un monumental salto de 31,333 metros de altura en 1952, el cual no pudo homologarse en el libro Güiness de records, pues éste surgió tres años después,  tras una discusión entre cazadores ingleses sobre cuál era el pájaro más rápido de Europa. Al flemático Hugh Beaver se le ocurrió lo del libro y ese mismo año es que se logra confirmar, acreditar y referenciar las estadísticas de cada  hazaña en el mundo.
Quisiera agregar otra cifra Guiness, tal vez menos espectacular pero más cercana a nosotros.
Si Baumgartner conquistó esa altura para lanzarse al vacío, lo hizo gracias a un globo aerostático, no por sus propias fuerzas.
Les recuerdo que Javier Sotomayor—casi adolescente--en 1984 impuso récord nacional con un salto de 2,33 mt. Dos años más tarde repitió la hazaña pero mundialmente con 2,36. Así de centímetro a centímetro llegó al título mundial de Salamanca en 1988 con 2,43; ese mismo año refrendó igual marca en Budapest, pero bajo techo y agregó un centímetro más al aire libre en Puerto Rico.
Salamanca en España--escenario de su gran marca mundial de 1988—fue sede de su último récord en 1993, con el insuperable 2,45 que  se mantiene vigente desde hace unas dos décadas, aunque Gardel haya dicho que  20 años no son nada.
Para nosotros los cubanos sí lo es, y para los españoles testigos de ello también, por eso recibió en 1992 el “Premio Príncipe de Asturias en el Deporte”, y el pasado año el Comité Olímpico Internacional (COI) le otorgó el Trofeo “Deporte, inspiración para la juventud”.
Félix, el austriaco, rompió en este mes el record de bajada  en caída libre y el Soto varias veces el de salto alto con impulso. ¿Cuál es el más difícil de los dos?
Recordemos lo que dice el refrán: “Para abajo, todos los santos ayudan”


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