De
que los tiempos cambian no puede haber dudas. En mi niñez, los mayores hablaban
de los tiempos en que la instrucción se
regía por la consigna de… “La
letra con sangre entra”.
Por
suerte a mi me tocó una época más avanzada de la enseñanza, pero igualmente
coercitiva, en la cual el castigo consistía en situar al alumno en
un rincón del aula mirando a la pared, y a veces con un ridículo “cucurucho de
burro”, en la cabeza, evidenciando aquello de …”Eres más bruto que canuto”.
Por
suerte esa instrucción primitiva y memorística desapareció en Cuba y otras partes del mundo para dar paso a un método más participativo, aplicando el
razonamiento y la experimentación. Tal y
como sentenció el maestro…”Ser cultos para ser libres”.
Si
a esto agregamos el aprovechamiento actual de nuevos medios audiovisuales y sistemas de digitalización, debemos reconocer
los pasos de avance en la educación a nivel mundial; aunque todavía existan
enormes lagunas, sobre todo en un Tercer Mundo olvidado por el Primero, que
nuestro país trata de subsanar con las campañas solidarias de alfabetización
donde quiera que haga falta decir: “…Yo sí puedo”.
Sin
embargo, la globalización corporativa y
neoliberal pretende regresarnos al pretérito pluscuamperfecto, tratando de justificarse con una
discriminación mucho más sutil que las tradicionales de género, raza o credo.
Ahora se trata de poner en práctica las leyes ciegas del mercado. Y convertir
las aulas en una nueva mercancía de la sociedad de consumo. Solo les falta
poner en la puerta del colegio el dichoso cartelito de “…Prohibido el paso: Escuela
privada”.
Bajo
este criterio del “Poderoso caballero, Don Dinero”… En el futuro sólo tendrán
futuro los hijos de papá. El 99% restante habrá de conformarse no solo con las
migajas del pan nuestro de cada día, sino además con las sobras del pan de la
enseñanza. De ahí que surgiera en mi juguetona memoria aquella vieja estampa
del castigo de antaño, ahora con un significado aún más cruel.
El
rincón del olvido está reservado no ya para aquellas penitencias de ayer, sino
para las esperanzas del mañana. Por algo Cervantes puso en boca del Quijote
aquello de… “…Más vale buena esperanza que ruin posesión”.
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