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23 jun 2012

DETRÁS DE LA ANTORCHA (VII PARTE)

En esta nueva etapa de nuestro recorrido Detrás de la Antorcha, nos detenemos en el momento en que Cuba aparece como protagonista y no como simple comparsa en los Juegos Olímpicos, y fue precisamente en Tokío 1964, donde Enrique Figuerola, entró segundo en el hectómetro para vestirse de plata. Hasta esa fecha sólo contabilizamos esporádicos resultados como el que ensartó nuestro campeón de esgrima Rafael Font, y más tarde Pepe Barrientos en las pistas. Aquí vemos a nuestro bólido de ébano dos años antes captado por nuestro lápiz para uno de los primeros números de la revista L.P.V. fundada por el INDER en el otoño de 1961.
No sé si fue la visión humorística, o la casualidad, la que en ese mismo año, al entonces director del semanario PALANTE, Guillermo Santiesteban, se le ocurrió la  idea de enviar hipotéticamente a dos de sus periodistas como enviados casi-especiales a la cita de Tokío.
La tarea recayó en el compañero Alberto Yáñez y yo, sorprendidos por tamaña noticia de viajar…¡A…fuera!
Pero llegado el día señalado nos bajamos de la nube para subir a un imaginario Britania de Cubana de Aviación, con la ventaja de llegar virtualmente a la capital nipona pero en tiempo real y todo esto sin salir del Barrio Chino, donde radicaba la redacción en ese momento.
El imaginativo reportaje salió publicado en la Edición No. 50 (8-10.1964), y para que no quepan dudas, aquí reproducimos el encabezamiento del trabajo.

Por razones de espacio nos vemos obligados a seleccionar algunos de sus textos, tratando de destacar los aspectos esenciales:
La narración de Yáñez comienza así: “…Llegué tarde a Tokío, y cuando traté de ubicarme, todos los hoteles, moteles, similares, y conexos tenían a sus puertas el siguiente cartelito…”

Seguidamente el cronista ofrece cifras de participantes, entre ellos atletas, entrenadores, médicos, masajistas, árbitros, delegados, periodistas, turistas, geishas, samuráis y curiosos de los más variados pelajes, tratando de ocupar cualquier espacio vacío en una ciudad a tope y con un frío prematuro pero de espanto para un otoño típico del Celestial Imperio, y así lo describe el colega:
“...Aquí se está pendiente del estado del tiempo para saber si los eventos pudieran desarrollarse sin contratiempo, por todos lados se ven estos pronósticos…”

Seguí al colega para captar situaciones ilusorias con mi cámara distorsionadora de humor absurdo, pues había olvidado la Zenith soviética en una de las gavetas de mi cerebro y llegamos a la Villa Olímpica Femenina, separada de ojos curiosos por un muro de más de 5 metros de alto. Ni el mejor salto en garrocha podía sortear tamaño obstáculo. ¿Precaución? Tal vez, porque de sus muros colgaba un cartel muy explícito:

Yáñez aclara: “…Más difícil que saltar el muro es conseguir un asiento para los Juegos, pero un aficionado japonés consiguió entrar gracias a una carretilla cargada de yens. La bobería de 4,000,000 billetes, cuyo equivalente es…”


Pero más importante que estos efectos colaterales fue el palo periodístico que logramos desde el centro de prensa imaginario establecido en el PALANTE habanero. La noticia fue filtrada por testigos presenciales: “…Un miembro del equipo chileno no pudo pisar tierra japonesa. Quedó en el aire. A la mañana siguiente los diarios desplegaron la siguiente nota necrológica…”
 
 En aquellos momentos, sin saber aún el resultado de la prueba de los cien metros planos donde participaba Enrique Figuerola, terminamos la información con un pronóstico que se viene haciendo realidad desde entonces, y así lo sentenciaba el reportero fantasma:
“…Antes de comenzar las Olimpiadas ya se dio la primera medalla, la cual tenía la siguiente dedicatoria…”

Fue la única vez que participe como periodista en una Olimpiada, imaginándomela y sin salir de casa, posiblemente batiendo un record mundial de ubicación cerebral. Hoy la televisión me la pone en la sala de mi hogar, en directo, con pantalla ancha y en primera fila: Todavía hay quien dice que “Cualquier tiempo pasado fue mejor…”

7 jun 2012

DETRÁS DE LA ANTORCHA (VI PARTE)

Comenzamos este sexto tramo corriendo detrás de la antorcha olímpica para adentrarnos en pleno siglo XX.
El sueño del Barón Pierre de Coubertin de reeditar los Juegos Olímpicos venía lastrado por ancestrales costumbres. Recuerden que la democracia ateniense no era inclusiva: Los pueblos bárbaros,--es decir sus esclavos—no podían competir; y sus mujeres menos. Ni siquiera se les permitía entrar en el Coliseo para presenciarlos, esto solo se le admitía a cierta sacerdotisa, y sabe dioses paganos con qué fin.
Pues bien, el noble francés, fiel a las tradiciones, mantuvo a capa y espada tales atavíos. Pero no habían transcurrido centurias por gusto; los Juegos de los Tiempos Modernos sacarían a flote dichos antagonismos, y surgieron las contradicciones.
Vayamos a la discriminación de género, teniendo en cuenta aquello de que-–las damas primero--.Tras la Guerra de 1914-1918, en los Juegos Olímpicos de Amsterdam (1928), primera con asistencia femenina, la numerosa representación norteamericana también batió el record de participación.
Curiosamente al frente de la misma iba un joven oficial quien años más tarde se convertiría en el Héroe de la Guerra del Pacífico, el general Douglas Mac Arthur.
Correspondió también el debut en los Juegos del encendido de la antorcha olímpica en el pebetero de la capital holandesa.
Esta cita marcó la despedida al frente del Comité Olímpico de su presidente-fundador, Mesié Coubertín: ¿Qué casualidad, verdad?
Pero éste de 1928 no había sido el único caso. Durante la cita de Estocolmo  (1912), se destacó el pielroja Jim Thorpe al conquistar Medallas de Oro en pentatlón y decatlón, incluso recibió una copa de manos del rey Gustavo V de Suecia quien le dijo: “Señor, es usted el atleta más grande del mundo”.
Más conocido en su lengua natal de una reserva cercana a la ciudad de Oakland como Wa Tho Huck, o sea Sendero luminoso. Jim había practicado otros deportes como el football americano. Pues bien, en cuanto obtuvo sus medallas fue estigmatizado públicamente, acusado de profesionalismo, y descalificadas sus marcas, por haber jugado beisbol profesional; una actividad deportiva que ni siquiera estaba incluida en los Juegos Olímpicos. La verdadera causa la esgrimieron los carapálidas, y ustedes la saben o se lo imaginan igual que yo. Lo peor del caso, --según el colega Jorge Alfonso en BOHEMIA (11 6-2004) — es que Thorpe había participado en un solo partido, y como semiprofesional.
En 1983, treinta años después de su muerte, el Comité Olímpico decidió devolver las preseas a Thorpe y restituirles los honores a sus hijos.
Lo ocurrido en la cita de Berlín (1936), puede catalogarse como “La venganza del piel roja”  24 años después, y vino en las piernas de otro estadounidense, un poco más prietecito que Jim. Este hecho ocurrió en circunstancias mucho más dramáticas. La realizó Jesse Owens al lograr cuatro victorias incuestionables, y nada menos que ante el propio fuehrer y sus compinches Goering y Goebbels.
El afronorteamercano, más conocido como La flecha negra, con sus 8,06 metros en salto largo, logró superar a La esperanza aria, el  alemán Lutz Lung, que logró sólo siete y pico metros.
Hitler no esperó más y se marchó de las gradas con el rabo entre las piernas, para no asistir a la premiación y verse en la disyuntiva de felicitar al ganador, pero sobre todo, tener que extenderle su mano banca al negro prieto. Por primera vez se televisaba—aunque sólo para territorio alemán—una cita olímpica; sin embargo, la escena que acabamos de describir, seguro que no se transmitió.
Lo que constituía una simple derrota en el campo deportivo, se convirtió en una provocación para la prepotencia nazi-fascista, así como una provocación a sus ambiciones de dominio mundial.
La aventura bélica ya estaba planificada, pero el ridículo del fuehrer en su propio estadio, ante su propio pueblo, y en sus propias narices, tiene que haberle colmado la copa del revanchismo.
En menos de 28 años tuvimos otra guerra mundial: Ésta paralizó los Juegos Olímpicos durante dos citas: 1940 y 1944.
Pero regresemos a las pistas: China, con la mayor población del planeta compitió por primera vez en la cita de Los Ángeles-1932, y nada menos que con un solo atleta: Chen Chin Ling, quien corrió los 100 y 200 metros planos, pero cayó en sus primeros heats eliminatorios. La representación regresó, de nuevo a la ciudad de Los Ángeles, pero nada menos que 52 años después, para desquitarse con 15 medallas de oro en las Olimpiadas de 1984.
En una Europa aún humeante y en ruinas, como resultado de bombardeos con saña y millones de seres que perdieron la vida y otros que quedaron lisiados física o mentalmente, se celebraron los Juegos Olímpicos de Londres-1948, batiendo el récord de participación: 59 naciones, nueve más que las de Berlín.
Esta segunda mitad del siglo significó el auge en el deporte de países recién liberados de Europa del Este o África, y otros tercermundistas más de Asia y América Latina.
El caso de Emil Zatopek, “La locomotora checa” ya fue abordado con anterioridad, pero en aquella propia cita de Helsinki en 1952, el brasileño A. Ferreira da Silva logró un salto de 15,12 metros en su segundo head para un nuevo record; en el cuarto se estiró hasta los 16 y en el quinto llegó a 16,22. ¡Tres marcas mundiales en cuatro intentos y con sólo minutos de diferencia!
La hazaña de Alain Mimoun, argelino nacionalizado francés, también es de destacar: Segundo de Zatopek en Londres 1948, y Helsinki 1952, salió con todo para la cita de Melbourne, logrando  ganarle a la famosa locomotora checa, y lo celebró emocionado. Pero la vencedora en realidad fue una reciente operación de hernia que relegó al campeón a un sexto lugar.
Pero si de eficiencia se trata debemos considerar también que con sólo cuatro participantes Australia ganara tres títulos en Helsinki por medio de Marjorie Jackson en 100 y 200 metros, mientras Strickland rompió la cinta en los 80 metros con vallas.
De otros incidentes insólitos están llenas las Olimpiada de esta época; por ejemplo lo ocurrido en esa misma cita de 1952, Lindy Remigino, de USA, Mad Bailey del Reino Unido, y el jamaicano McKenley llegaron juntos a la meta en los 100 metros planos con un tiempo de 10:04:10 para cada uno. Hubo que recurrir al foto-finish que benefició al yanqui. ¡La bronca que se formó allí también rompió records olímpicos!
Los Juegos no establecen límites de edad, y de eso se valió el General Lekarsky quien participó en las pruebas ecuestres de París 1921, y Amsterdam 1928. Veinte años después, en Estocolmo fue admitido a pesar de obtener una pobre puntuación inicial de 396,5.
Pero no fue el único caso: Oscar Swahn de 60 años y su hijo Alfred de la delegación suiza, ganaron un título en tiro sobre ciervo durante los Juegos de 1908 en Londres: La pareja repitió la hazaña cuatro años más tarde antes de que la modalidad fuera descontinuada. Sin embargo, Oscar se presentó de nuevo en la de tiro individual de Amberes 1920, y obtuvo el título para convertirse en el campeón de mayor edad  en la historia de los Juegos a los 72 años. Nada, insistente que era el viejo.
¿No les ha resultado extraño que hasta ahora no hayamos dicho nada de Cuba?
En el próximo capítulo veremos que pasa…Por lo pronto como todas mis historietas: CONTINUARÁ…

26 may 2012

DETRAS DE LA ANTORCHA (III PARTE)

Esta tercera entrega de nuestro recorrido tras las zancadas de aquel primer troglodita que salió de la cueva antorcha en mano en busca de su sustento, para descubrir que la lucha por la vida también podía considerarse un deporte, nos llevó al segundo capítulo incursionando por la Antigua Grecia y sus Olímpicos Juegos.
Fue una prehistórica marcha a través del tiempo --que por entonces era ficticio, no real— y por tanto habrá que perdonarme todas estas elucubraciones.
Otra que se atribuye su paternidad es Turquía, pues las estatuillas más antiguas de los atletas que participaban en los llamados Juegos Helénicos fueron halladas en Anatolia, de donde los tercos—perdón, los turcos—afirman que fueron importadas por los griegos.
Aquellos Primeros Juegos del año 776 a.C. sirvieron de base para establecer un nuevo calendario, por lo tanto la batalla de Maratón, que dio nombre a una de sus pruebas más importantes, no pudo acontecer antes del conflicto del mismo nombre, en el año (490 a.C.), o sea 284 años después de la inauguración.
Este dato me conduce a otra intriga: Dichas pruebas duraban una semana y en sus inicios consistían en una carrera simple o estadio (192 m), más tarde se incluyó la carrera doble o diaulos (384 m), y la de fondo que comprendía a 20 estadios (3,850 m); por tanto la nombrada prueba de la Maratón (42 kilómetros y pico), no tiene nada que ver con aquella primitiva de fondo.
Incluso, si nos acercamos a la figura de su inspirador, el heroico Filípides era, según la leyenda, no sólo un magnífico atleta, primero en correr 42 kilómetros sin descanso; un tremendo corresponsal de guerra capaz de divulgar la noticia del combate en dos agotadoras jornadas laborales; y por último, un valeroso soldado, que dio la vida al cumplir una importante misión bélica.
Hemos hecho una breve incursión en esos Juegos Panhelénicos para  llegar a la conclusión de que, en ellos hubo también mucho de Mitología griega; pues se les reconocía un origen religioso, de ahí que fueran prohibidas en tiempos de Roma con el auge del cristianismo.. No sabemos si por simple fanatismo o  como consecuencia del triunfo obtenido por el luchador armenio Varasdate en la Olimpiada del 385 (a.C.), cuando el emperador Teodosio prohibió los Juegos indefinidamente. Era la primera vez que un bárbaro vencía en las 21 oportunidades anteriores. Y transcurrió más de un milenio hasta que surgieran de nuevo.
Como terminamos con la narración de la  histórica batalla celebrada en la llanura de Maratón, que le dio origen a la disciplina del mismo nombre, proponemos retomarla mediante un salto en el tiempo y llegar a dichos eventos actuales, gracias a los esfuerzos del Barón de Coubertain, entusiasta noble francés, a quien le debemos que en 1896 se celebraran los Primeros Juegos de la Era Moderna en la propia Atenas.
Muchos han sido los cambios establecidos en cada disciplina a partir de entonces, pero esos son elementos a considerar más tarde. Concentrémonos ahora en las pruebas de fondo o Maratón, las cuales se corrieron a partir del nuevo siglo que asomaba ya por el horizonte.
II Olimpiada de París (1900). - Nuestra primera anécdota surge en los Segundos Juegos: A pesar de “La belle epoque” París no contaba por entonces con las instalaciones idóneas para celebrarlas, y tuvo que acudir a la ayuda del Racing Club de Francia, el cual prestó las suyas del bosque de Boloña. Resultado de ello, la mayoría de los participantes en la Maratón se extraviaron, y algunos ni siquiera pudieron terminar la prueba. Resultó ganador el francés Michel Theáto, quien conocía al dedillo el bosque de Boloña, pues era, nada menos que el jardinero del Racing. La foto que obtuvimos de esta carrera demuestra que por entonces, no existía tampoco el agua embotellada; de ahí que veamos como el corredor galo recibía un refrescante manguerazo al llegar a la meta.
III Olimpíada de St. Louis. (1904)
El protagonista de esta Maratón fue nada menos que el cubano Félix Carvajal, más conocido en nuestro país como (El Andarín), y tras su hazaña en esta prueba celebrada en los Estados Unidos pasó a la historia como Félix IV, o sea (Félix el cuarto). No les repetiremos la narración para no  aburrirlos, pues está ampliamente contada en la oferta titulada así mismo 
Lamentablemente no contamos con el foto-finish que nos muestre aquel trágico final; en su lugar hemos repetido la caricatura que realizamos al efecto.
En esa misma carrera surgió otra gran sorpresa: El norteamericano Fred Loy, resultó ser el primero en arribar a la meta más fresco que una lechuga. Fue recibido con besos, abrazos, flores, aplausos, y fotos; sólo faltó la banda de música del Ejército de Salvación.
En una de aquellas instantáneas se dice que, junto al corredor aparece la hija del presidente Roosevelt –el del “big stick” no Franklin Delano--, quien quiso retratarse junto al “héroe norteamericano”; --las comillas no están puestas por gusto--, la heroicidad del  astuto vencedor, consistía en haber hecho gran parte del trayecto en un confortable Ford tres patás de la época. Lamentablemente no contamos tampoco con dicha fotografía, pero el cuento no es de extrañar, tratándose de quienes se trata.

Aunque fue descalificado al descubrirse el fraude; el verdadero ganador –cuyo nombre se ha perdido también en la ignominia—llegó sin penas ni glorias, pues gran parte del público se había retirado, y el resto, o no lo sabía o se sintió totalmente estafado.
IV Olimpiada de Londres (1908)
Otro desenlace interesante puede verse en esta secuencia tomada por un camarógrafo indiscreto, quien logra captar el desfallecimiento del italiano Dorando Petri, a pocos pasos de la meta tras los 42 y pico kilómetros recorridos, así como el instante en que algunos espectadores y amigos, compadeciéndose por su estado físico, casi lo cargan en peso para que pudiera romper la cinta de llegada. El atleta fue inmediatamente descalificado, sin embargo… !Agárrense de sus asientos!... La reina de Inglaterra Alejandra, apenada por lo sucedido al fondista, le entregó una copa de oro especialmente confeccionada para él. Fue la única vez--que yo sepa—en que una descalificación olímpica haya sido premiada con una copa de oro.
XI Olimpíada de Helsinki (1952)
Tuvieron que pasar cincuenta años y dos guerras mundiales para que un nuevo  acontecimiento sensacional coloreara la competencia de los 42 kilómetros y pico.  Hasta entonces las naciones al este de Europa no habían descollado en el deporte olímpico. La URSS y los países socialistas habían salido fortalecidos de la contienda bélica contra los nazis, y aquello comenzaba a dar sus frutos. Veamos la sorpresa de estos Oncenos Juegos.
La estrella resultó ser esta vez, Emil Zatopek, más conocido como (La Locomotora Checa), quien batió records en, 500, 1000 y Maratón, a lo que sumó  la medalla de oro por outsanding perfomance, (rara modalidad desconocida para un lego como yo). La alegría llegó por partida doble porque su esposa --la Zapoteka--, obtuvo la de oro en jabalina, con lo cual dejaba bien claro que: Por mucho que su marido corriera con intención de  escapársele, ella podía ensartarlo de un solo disparo.
Para concluir este maratónico recorrido por la extenuante prueba atlética, aclaro que no por gusto hemos insistido varias veces en calificarla como de 42 kilómetros y pico.  Según datos obtenidos en nuestras pesquisas, todo parece indicar que en realidad la distancia es de 24 kilómetros más 267 metros; precisamente esos doscientos sesenta y siete, han sido casi siempre, los que han decidido la victoria o el fracaso de sus competidores.


DETRAS DE LA ANTORCHA (IV PARTE)

Culminado en la pasada edición el agotador recorrido por la maratónica iconografía de las primeras olimpiadas de los tiempos modernos, nos encontramos a este señor tan peculiarmente vestido en posición desafiante ante nuestra pifia por dejarlo abandonado en el fondo de la gaveta. Con razón,  Louis Spiridione, pastor griego, fue  el ganador de la primera carrera de fondo en Atenas, en 1896.
No podíamos comenzar esta nueva etapa sin reconocerle el mérito a él y pedir disculpas a ustedes, mis amables vecinos. Volvamos pues a nuestros puestos  para esperar el disparo de arrancada.
Debemos aclarar que aquellas primeras competencias de 1896 se celebraron gracias a los titánicos esfuerzos del barón francés Pierre de Coubertin, admirador de la civilización helénica y del deporte. Por tanto fue un convencido seguidor de sus principios, y se opuso a cualquier iniciativa que modificara sus regulaciones. Tal vez esa fuera la causa de que se negara repetidamente  a la participación femenina en dichos Juegos, y no el “machismo” o la violencia de género, tan vapuleada en los tiempos actuales.
Con estas necesarias premisas acometemos la tarea de abordar la cita deportiva inicial de 1896, que  se diferenciaba bastante de las actuales, pues  a ella solo asistieron 285 atletas de trece países; cifra comparable a la delegación cubana que posiblemente asista  a la  próxima cita pactada para Londres el próximo mes de julio-agosto.
En primer lugar, las competencias de natación tuvieron que realizarse en el mar, pues en Atenas no se habían construido piscinas adecuadas. No se otorgaron medallas de oro, --me imagino que de ningún color— porque sencillamente no existían. Ni   se continuaría ciñendo la corona del ramo de olivo a los triunfadores, por el aumento de la demanda del producto en todo el mundo que reclamaba: ¡Menos ramos y más ensaladas!
La competencia de la cuerda lisa—escalamiento vertical sólo con las manos—se arrugó totalmente en el Siglo XVIII, pues ya en la siguiente prueba de París en 1900 no compitió más. Sin embargo, la lucha de la soga, --que aún se practica como divertimento en muchas partes—, se mantuvo oficialmente por lo menos 16 años más, como puede apreciarse  por las fotos tomadas en ambos casos.
Si se tiene en cuenta el simbolismo griego del Discóbolo  de Myton, podemos afirmar que la gran decepción de aquella primera cita Olímpica ateniense fue la pérdida del lanzamiento del disco, pues lo obtuvo nada menos que el norteamericano Garret quien sin experiencia alguna se alzó con un disparo de 29.15 metros. A partir de ahí viene la fama de la industria disquera yanqui.
Otra rareza de estos comienzos fue la invención del  lanzamiento de la bala—por entonces un simple ladrillo-- como el de 56 libras que nos muestra su campeón canadiense Desmarteu en la de Saint Louis 1904. La pedrada llegó hasta los 10,46 metros. Cuarenta y cuatro años más tarde en Amberes, la cifra pudo redondearse  totalmente con  la bala de hierro.
En la misma sede de este año, pero en 1908, otro estadounidense F. C.  Smithson corrió los 110 metros  con vallas, y tal parece que ganó gracias su fe, pues lo hizo con una biblia en las manos.
Pero eso tiene su explicación: Resulta que su religión le prohibía competir los sábados y la carrera coincidió con ese día. El devoto atleta quiso quedar bien con Dios y con la competencia pagana de los griegos, y se dio el gran milagro.
Para los incrédulos, aquí va la foto, y por si se mantienen  en el agnosticismo, los invito  a visitar el museo del COI en Mon Pepos, Lausana, Suiza, para que lo comprueben personalmente.
Similares circunstancia ocurrieron durante los octavos juegos de París, cuando el favorito escocés Liddel no se presentó a la carrera de los 100 metros planos, pues la prueba cayó sábado y su culto se lo impedía. Esta penitencia también fue recompensada  pues al día siguiente se presentó en la de los 400 metros planos, donde no tenía el menor chance e inesperadamente, no sólo la ganó, sino que batió el record mundial de la prueba.
Nos hemos adelantado, pues el corte debimos hacerlo hasta el final de la llamada Tregua Sagrada, interrumpida con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y estos Juegos  de París fueron celebrados en 1924, pero los dos casos anteriores resultaron inseparables para mi. Espero vuestra comprensión, y les prometo a mis atentos vecinos de las gradas,  nuevas --¿viejas?-- sorpresas en esta carrera detrás de la antorcha.