En
esta nueva etapa de nuestro recorrido Detrás de la Antorcha, nos detenemos
en el momento en que Cuba aparece como protagonista y no como simple comparsa
en los Juegos Olímpicos, y fue precisamente en Tokío 1964, donde Enrique
Figuerola, entró segundo en el hectómetro para vestirse de plata. Hasta esa
fecha sólo contabilizamos esporádicos resultados como el que ensartó nuestro
campeón de esgrima Rafael Font, y más tarde Pepe Barrientos en las pistas. Aquí
vemos a nuestro bólido de ébano dos años antes captado por nuestro lápiz para
uno de los primeros números de la revista L.P.V. fundada por el INDER en el
otoño de 1961.
No
sé si fue la visión humorística, o la casualidad, la que en ese mismo año, al entonces
director del semanario PALANTE, Guillermo Santiesteban, se le ocurrió la idea de enviar hipotéticamente a dos de sus
periodistas como enviados casi-especiales a la cita de Tokío.
La
tarea recayó en el compañero Alberto Yáñez y yo, sorprendidos por tamaña
noticia de viajar…¡A…fuera!
Pero
llegado el día señalado nos bajamos de la nube para subir a un imaginario
Britania de Cubana de Aviación, con la ventaja de llegar virtualmente a la
capital nipona pero en tiempo real y todo esto sin salir del Barrio Chino,
donde radicaba la redacción en ese momento.
El
imaginativo reportaje salió publicado en la Edición No. 50 (8-10.1964), y para
que no quepan dudas, aquí reproducimos el encabezamiento del trabajo.
Por
razones de espacio nos vemos obligados a seleccionar algunos de sus textos,
tratando de destacar los aspectos esenciales:
La
narración de Yáñez comienza así: “…Llegué tarde a Tokío, y cuando traté de
ubicarme, todos los hoteles, moteles, similares, y conexos tenían a sus puertas
el siguiente cartelito…”
Seguidamente
el cronista ofrece cifras de participantes, entre ellos atletas, entrenadores,
médicos, masajistas, árbitros, delegados, periodistas, turistas, geishas, samuráis
y curiosos de los más variados pelajes, tratando de ocupar cualquier espacio
vacío en una ciudad a tope y con un frío prematuro pero de espanto para un
otoño típico del Celestial Imperio, y así lo describe el colega:
“...Aquí
se está pendiente del estado del tiempo para saber si los eventos pudieran
desarrollarse sin contratiempo, por todos lados se ven estos pronósticos…”
Seguí al colega para captar situaciones ilusorias con mi cámara distorsionadora de humor absurdo, pues había olvidado la Zenith soviética en una de las gavetas de mi cerebro y llegamos a la Villa Olímpica Femenina, separada de ojos curiosos por un muro de más de 5 metros de alto. Ni el mejor salto en garrocha podía sortear tamaño obstáculo. ¿Precaución? Tal vez, porque de sus muros colgaba un cartel muy explícito:
Yáñez
aclara: “…Más difícil que saltar el muro es conseguir un asiento para los
Juegos, pero un aficionado japonés consiguió entrar gracias a una carretilla
cargada de yens. La bobería de 4,000,000 billetes, cuyo equivalente es…”
Pero más importante que estos efectos colaterales fue el palo periodístico que logramos desde el centro de prensa imaginario establecido en el PALANTE habanero. La noticia fue filtrada por testigos presenciales: “…Un miembro del equipo chileno no pudo pisar tierra japonesa. Quedó en el aire. A la mañana siguiente los diarios desplegaron la siguiente nota necrológica…”
En aquellos momentos, sin saber aún el resultado de la prueba de los cien metros planos donde participaba Enrique Figuerola, terminamos la información con un pronóstico que se viene haciendo realidad desde entonces, y así lo sentenciaba el reportero fantasma:
“…Antes
de comenzar las Olimpiadas ya se dio la primera medalla, la cual tenía la
siguiente dedicatoria…”
Fue
la única vez que participe como periodista en una Olimpiada, imaginándomela y
sin salir de casa, posiblemente batiendo un record mundial de ubicación
cerebral. Hoy la televisión me la pone en la sala de mi hogar, en directo, con
pantalla ancha y en primera fila: Todavía hay quien dice que
“Cualquier tiempo pasado fue mejor…”
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