Comenzamos
este sexto tramo corriendo detrás de la antorcha olímpica para adentrarnos en
pleno siglo XX.
El
sueño del Barón Pierre de Coubertin de reeditar los Juegos Olímpicos venía
lastrado por ancestrales costumbres. Recuerden que la democracia ateniense no
era inclusiva: Los pueblos bárbaros,--es decir sus esclavos—no podían competir;
y sus mujeres menos. Ni siquiera se les permitía entrar en el Coliseo para presenciarlos,
esto solo se le admitía a cierta sacerdotisa, y sabe dioses paganos con qué
fin.
Pues
bien, el noble francés, fiel a las tradiciones, mantuvo a capa y espada tales
atavíos. Pero no habían transcurrido centurias por gusto; los Juegos de los
Tiempos Modernos sacarían a flote dichos antagonismos, y surgieron las contradicciones.
Vayamos
a la discriminación de género, teniendo en cuenta aquello de que-–las damas
primero--.Tras la Guerra de 1914-1918, en los Juegos Olímpicos de Amsterdam
(1928), primera con asistencia femenina, la numerosa representación
norteamericana también batió el record de participación.
Curiosamente
al frente de la misma iba un joven oficial quien años más tarde se convertiría
en el Héroe de la Guerra del Pacífico, el general Douglas Mac Arthur.
Correspondió
también el debut en los Juegos del encendido de la antorcha olímpica en el
pebetero de la capital holandesa.
Esta
cita marcó la despedida al frente del Comité Olímpico de su
presidente-fundador, Mesié Coubertín: ¿Qué casualidad, verdad?
Pero
éste de 1928 no había sido el único caso. Durante la cita de Estocolmo (1912), se destacó el pielroja Jim Thorpe al
conquistar Medallas de Oro en pentatlón y decatlón, incluso recibió una copa de
manos del rey Gustavo V de Suecia quien le dijo: “Señor, es usted el atleta más
grande del mundo”.
Más
conocido en su lengua natal de una reserva cercana a la ciudad de Oakland como Wa
Tho Huck, o sea Sendero luminoso. Jim había practicado otros deportes como el
football americano. Pues bien, en cuanto obtuvo sus medallas fue
estigmatizado públicamente, acusado de profesionalismo, y descalificadas sus
marcas, por haber jugado beisbol profesional; una actividad deportiva que ni
siquiera estaba incluida en los Juegos Olímpicos. La verdadera causa la
esgrimieron los carapálidas, y ustedes la saben o se lo imaginan igual que yo.
Lo peor del caso, --según el colega Jorge Alfonso en BOHEMIA (11 6-2004) — es
que Thorpe había participado en un solo partido, y como semiprofesional.
En
1983, treinta años después de su muerte, el Comité Olímpico decidió devolver
las preseas a Thorpe y restituirles los honores a sus hijos.
Lo
ocurrido en la cita de Berlín (1936), puede catalogarse como “La
venganza del piel roja” 24 años
después, y vino en las piernas de otro estadounidense, un poco más prietecito
que Jim. Este hecho ocurrió en circunstancias mucho más dramáticas. La realizó
Jesse Owens al lograr cuatro victorias incuestionables, y nada menos que ante el
propio fuehrer y sus compinches Goering y Goebbels.
El
afronorteamercano, más conocido como La flecha negra, con sus 8,06 metros
en salto largo, logró superar a La esperanza aria, el alemán Lutz Lung, que logró sólo siete y pico
metros.
Hitler
no esperó más y se marchó de las gradas con el rabo entre las piernas, para no
asistir a la premiación y verse en la disyuntiva de felicitar al ganador, pero
sobre todo, tener que extenderle su mano banca al negro prieto. Por primera vez
se televisaba—aunque sólo para territorio alemán—una cita olímpica; sin
embargo, la escena que acabamos de describir, seguro que no se transmitió.
Lo
que constituía una simple derrota en el campo deportivo, se convirtió en una
provocación para la prepotencia nazi-fascista, así como una provocación a sus
ambiciones de dominio mundial.
La
aventura bélica ya estaba planificada, pero el ridículo del fuehrer en su propio
estadio, ante su propio pueblo, y en sus propias narices, tiene que haberle
colmado la copa del revanchismo.
En
menos de 28 años tuvimos otra guerra mundial: Ésta paralizó los Juegos
Olímpicos durante dos citas: 1940 y 1944.
Pero
regresemos a las pistas: China, con la mayor población del planeta compitió por
primera vez en la cita de Los Ángeles-1932, y nada menos que con un solo atleta:
Chen Chin Ling, quien corrió los 100 y 200 metros planos, pero cayó en sus
primeros heats eliminatorios. La representación regresó, de nuevo a la ciudad
de Los Ángeles, pero nada menos que 52 años después, para desquitarse con 15
medallas de oro en las Olimpiadas de 1984.
En
una Europa aún humeante y en ruinas, como resultado de bombardeos con saña y
millones de seres que perdieron la vida y otros que quedaron lisiados física o mentalmente,
se celebraron los Juegos Olímpicos de Londres-1948, batiendo el récord de
participación: 59 naciones, nueve más que las de Berlín.
Esta
segunda mitad del siglo significó el auge en el deporte de países recién
liberados de Europa del Este o África, y otros tercermundistas más de Asia y
América Latina.
El
caso de Emil Zatopek, “La locomotora checa” ya fue
abordado con anterioridad, pero en aquella propia cita de Helsinki en 1952, el
brasileño A. Ferreira da Silva logró un salto de 15,12 metros en su segundo
head para un nuevo record; en el cuarto se estiró hasta los 16 y en el quinto
llegó a 16,22. ¡Tres marcas mundiales en cuatro intentos y con sólo minutos de
diferencia!
La
hazaña de Alain Mimoun, argelino nacionalizado francés, también es de destacar:
Segundo de Zatopek en Londres 1948, y Helsinki 1952, salió con todo para la
cita de Melbourne, logrando ganarle a la
famosa locomotora checa, y lo celebró emocionado. Pero la vencedora en realidad
fue una reciente operación de hernia que relegó al campeón a un sexto lugar.
Pero
si de eficiencia se trata debemos considerar también que con sólo cuatro
participantes Australia ganara tres títulos en Helsinki por medio de Marjorie
Jackson en 100 y 200 metros, mientras Strickland rompió la cinta en los 80
metros con vallas.
De
otros incidentes insólitos están llenas las Olimpiada de esta época; por
ejemplo lo ocurrido en esa misma cita de 1952, Lindy Remigino, de USA, Mad
Bailey del Reino Unido, y el jamaicano McKenley llegaron juntos a la meta en
los 100 metros planos con un tiempo de 10:04:10 para cada uno. Hubo que recurrir
al foto-finish que benefició al yanqui. ¡La bronca que se formó allí
también rompió records olímpicos!
Los
Juegos no establecen límites de edad, y de eso se valió el General Lekarsky
quien participó en las pruebas ecuestres de París 1921, y Amsterdam 1928.
Veinte años después, en Estocolmo fue admitido a pesar de obtener una pobre puntuación
inicial de 396,5.
Pero
no fue el único caso: Oscar Swahn de 60 años y su hijo Alfred de la delegación
suiza, ganaron un título en tiro sobre ciervo durante los Juegos de 1908 en
Londres: La pareja repitió la hazaña cuatro años más tarde antes de que la
modalidad fuera descontinuada. Sin embargo, Oscar se presentó de nuevo en la de
tiro individual de Amberes 1920, y obtuvo el título para convertirse en el
campeón de mayor edad en la historia de
los Juegos a los 72 años. Nada, insistente que era el viejo.
¿No
les ha resultado extraño que hasta ahora no hayamos dicho nada de Cuba?
En
el próximo capítulo veremos que pasa…Por lo pronto como todas mis historietas:
CONTINUARÁ…
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