Culminado
en la pasada edición el agotador recorrido por la maratónica iconografía de las
primeras olimpiadas de los tiempos modernos, nos encontramos a este señor tan
peculiarmente vestido en posición desafiante ante nuestra pifia por dejarlo
abandonado en el fondo de la gaveta. Con razón, Louis Spiridione, pastor griego, fue el ganador de la primera carrera de fondo en
Atenas, en 1896.
No
podíamos comenzar esta nueva etapa sin reconocerle el mérito a él y pedir
disculpas a ustedes, mis amables vecinos. Volvamos pues a nuestros puestos para esperar el disparo de arrancada.
Debemos
aclarar que aquellas primeras competencias de 1896 se celebraron gracias a los
titánicos esfuerzos del barón francés Pierre de Coubertin, admirador de la
civilización helénica y del deporte. Por tanto fue un convencido seguidor de
sus principios, y se opuso a cualquier iniciativa que modificara sus
regulaciones. Tal vez esa fuera la causa de que se negara repetidamente a la participación femenina en dichos Juegos,
y no el “machismo” o la violencia de género, tan vapuleada en los tiempos
actuales.
Con
estas necesarias premisas acometemos la tarea de abordar la cita deportiva inicial de 1896, que se diferenciaba bastante de las actuales,
pues a ella solo asistieron 285 atletas de
trece países; cifra comparable a la delegación cubana que posiblemente asista a la próxima cita pactada para Londres el próximo
mes de julio-agosto.
En
primer lugar, las competencias de natación tuvieron que realizarse en el mar,
pues en Atenas no se habían construido piscinas adecuadas. No se otorgaron
medallas de oro, --me imagino que de ningún color— porque sencillamente no
existían. Ni se continuaría ciñendo la corona del ramo de
olivo a los triunfadores, por el aumento de la demanda del producto en todo el
mundo que reclamaba: ¡Menos ramos y más ensaladas!
La
competencia de la cuerda lisa—escalamiento vertical sólo con las manos—se
arrugó totalmente en el Siglo XVIII, pues ya en la siguiente prueba de París en
1900 no compitió más. Sin embargo, la lucha de la soga, --que aún se practica
como divertimento en muchas partes—, se mantuvo oficialmente por lo menos 16
años más, como puede apreciarse por las
fotos tomadas en ambos casos.
Si
se tiene en cuenta el simbolismo griego del Discóbolo de Myton, podemos afirmar que la gran
decepción de aquella primera cita Olímpica ateniense fue la pérdida del
lanzamiento del disco, pues lo obtuvo nada menos que el norteamericano Garret
quien sin experiencia alguna se alzó con un disparo de 29.15 metros. A partir
de ahí viene la fama de la industria disquera yanqui.
Otra
rareza de estos comienzos fue la invención del
lanzamiento de la bala—por entonces un simple ladrillo-- como el de 56
libras que nos muestra su campeón canadiense Desmarteu en la de Saint Louis
1904. La pedrada llegó hasta los 10,46 metros. Cuarenta y cuatro años más tarde
en Amberes, la cifra pudo redondearse
totalmente con la bala de hierro.
En
la misma sede de este año, pero en 1908, otro estadounidense F. C. Smithson corrió los 110 metros con vallas, y tal parece que ganó gracias su
fe, pues lo hizo con una biblia en las manos.
Pero
eso tiene su explicación: Resulta que su religión le prohibía competir los
sábados y la carrera coincidió con ese día. El devoto atleta quiso quedar bien
con Dios y con la competencia pagana de los griegos, y se dio el gran milagro.
Para
los incrédulos, aquí va la foto, y por si se mantienen en el agnosticismo, los invito a visitar el museo del COI en Mon Pepos,
Lausana, Suiza, para que lo comprueben personalmente.
Similares
circunstancia ocurrieron durante los octavos juegos de París, cuando el
favorito escocés Liddel no se presentó a la carrera de los 100 metros planos,
pues la prueba cayó sábado y su culto se lo impedía. Esta penitencia también fue
recompensada pues al día siguiente se
presentó en la de los 400 metros planos, donde no tenía el menor chance e inesperadamente,
no sólo la ganó, sino que batió el record mundial de la prueba.
Nos
hemos adelantado, pues el corte debimos hacerlo hasta el final de la llamada
Tregua Sagrada, interrumpida con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y estos
Juegos de París fueron celebrados en 1924,
pero los dos casos anteriores resultaron inseparables para mi. Espero vuestra
comprensión, y les prometo a mis atentos vecinos de las gradas, nuevas --¿viejas?-- sorpresas en esta carrera
detrás de la antorcha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario