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2 abr 2010

VIVIR DEL CUENTO.

Pido disculpas a mis queridos vecinos por utilizar un vulgar gancho en el título de este trabajo. No se trata del popular programa dominical de televisión, donde mis contemporáneos Pánfilo y Chequera, me retratan y ridiculizan constantemente. Se relaciona con algo mucho más serio: Los niños: Los de ayer, de hoy, y de mañana. Esos que nacen para ser felices.
Desde 1984 Cuba se incorpora al IBBY (International Board on Books for Young People)
http://www.ibby.org/ que auspicia anualmente el Día Internacional del Libro Infantil, el 2 de abril, en honor a Hans Christian Andersen.
El mantenimiento de la revista de literatura e ilustración infantil “En julio como en enero”, el concurso “La Edad de Oro”, y las editoriales Gente Nueva http://www.somosjovenes.cu/index/semana67/vineditor.htm y Abril http://www.editoraabril.cu/ con sus emblemáticas publicaciones “ZunZún” y “Pionero”, son sólo botones de muestra que nutren esta tradición.
Pero la historia es tan bicentenaria como la lucha de nuestros pueblos por su emancipación: Hans Christian Andersen nace el 2 de abril de 1805, en Dinamarca. A los 14 años se fuga de su natal Odense para establecerse en la capital Copenhague, y desde allí abrirse una cadena de éxitos, apoyado en su fantástica imaginación y su inagotable voluntad. A mediados del siglo XIX ya competía en popularidad y fama con los consagrados hermanos Jacob y Wilhem Grimm de Alemania o del escocés Andrew Lang.
En su bibliografía Andersen cuenta con más de 160 cuentos infantiles, muchos de los cuales alegraron a generaciones de infantes en todo el mundo, y no pocos, tan frescos como el primer día. Especialmente escritos para los que saben reír. Ahora me van a perdonar de nuevo por esta descarguita con cincuenta de ellos en uno solo:
Vamos a mostrarle lo que se veía Desde la ventana de Vartou, donde vivían Los vecinos de Blanco. Es la Historia de una madre, no Una historia de las dunas, sino la de La niña judía, es decir, La niña que pisoteó el pan, soñando ser en el futuro La princesa que pisoteó el pan; pero Cada cosa en su sitio; eso eran Chácharas de niños, como el Pulgarcita, o El soldadito de plomo abandonado entre
Los trapos viejos, En el cuarto de los niños.
Todo ello bien lejos del sucio Porquerizo, En el corral donde jugaban El patito feo, El pájaro de la canción popular, El escarabajo, La mariposa y la musa, Las cigüeñas, El ruiseñor, y Los cisnes salvajes; sin olvidar a El gallo en el corral y la veleta. No contamos al Jabalí de bronce porque estaba en el Cerro de los elfos, ni a La Sirenita, en El mar remoto.
Lo cierto es que esas fábulas que contaba la Abuelita, Bajo el sauce que creció en El patio de la casa vieja, eran a la vez, las mismas moralejas del Bisabuelo, que le decían El Tullido, siempre recordando cosas de espanto como El diablo y sus añicos, El duende de la tienda, La gran serpiente de mar, La hija del rey del pantano, El niño de la tumba, El príncipe malvado, La vieja losa sepulcral, o cosas que ocurrirían Dentro de mil años, para ponernos los pelos de punta.

Los niños preferíamos oír Lo que se puede inventar con gracia, y Buen humor, por ejemplo: Juan el bobo, La princesa y el guisante, Las habichuelas mágicas, El tesoro dorado, El hombre de nieve, El niño travieso, y siempre terminar con
¡Baila, baila, muñequita!
En realidad de los aproximadamente 160 cuentos que tan maravillosamente escribió Hans Christian Andersen para los niños, ustedes --en una sola historieta--, podrán identificar 50 de ellos con los títulos en cursiva. Y colorín, colorao…

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