A propósito de los 99 años de Conrado Marrero, que celebra el próximo 25 de abril. Fue conocido como el “Premier” en el pitcheo, y “El Guajiro de Laberinto” por sus orígenes humildes.
Comienzo esta historia apoyándome en un colega, que lo conocía a la perfección por haber crecido juntos en un pintoresco rincón del centro del país.
Cuando Enrique Núñez Rodríguez vendió su bicicleta allá en Quemado de Güines para venir a La Habana, ya yo montaba en patines aquí en Luyanó. Sin embargo, nuestro debut periodístico ocurrió el mismo año 1948: Él en la emisora COCO de Guido García Inclán, y yo en la Revista FOTOS de Pepe Agraz.
Pasaron los años, Enrique escribiendo por un lado y yo dibujando por el otro, pero ambos picados por el mismo bichito del humorismo. En una ocasión tuve el placer de compartir anécdotas, chistes, y ocurrencias en un viaje a su villa natal cerca del arroyo Jicoteas, donde se le daba un homenaje por sus cincuenta años de vida artística.
Casi llegando al pueblo me señala una casita en una finca a la orilla de la carretera, y me dice: --Ahí vivía Conrado Marrero. El “Guajiro de Laberinto”.
Un poco más adelante, de nuevo me indica un potrero con ínfulas de terrenito de pelota y ataca de nuevo: --¡Ahí le conecté un hit!-- Lo primero ni lo discutí, pero la segunda bola no había quien se la tragara.
Así era ese compañero de tantos años, ocurrente, desenfadado, viva estampa del guajiro campechano. Las mismas cualidades de su vecino, el famoso pitcher cubano, como si se tratara de algo que se diera silvestre en esas hermosas tierras de Sagua la Grande.
Y ya que hablamos de Marrero, dejemos que él mismo se explique:
“Era el menor de los vejigos en la finca “Laberinto” y mis hermanos y yo ayudábamos de sol a sol al padre en el surco… No eran tiempos de jugar al beisbol, y si lo hacíamos era a mano limpia… Con decir que aprendí a tirar curvas con naranjas, no con pelotas… Por eso llegue a destacarme tarde.
Debuté con el Cienfuegos de la Liga Nacional de Amateurs de Cuba a los 27 años…"
Sin dudas él lo hizo bastante bien porque en 1941 ya vestía la franela del equipo Cuba en el IV Campeonato Mundial de Beisbol Amateur.
“…Lamentablemente en el juego decisivo del evento, tuve una amarga experiencia… Eso que lo cuenten otros… Lo cierto es que me mantuve 17 años como pitcher estelar, y llegué a las Grandes Ligas en 1950 con el Washington, cuando otros se acogen al retiro…” Marrero, por entonces apodado en Cuba “El Premier”, se había destacado antes en la Liga Nacional Amateur de Cuba, en Series Mundiales Amateur y del Caribe, en Campeonatos profesionales en Cuba y México, en Ligas Internacionales de la Florida y en la Triple A. Además había implantado récords de leyenda como los tres no hit-no run entre 1942 y 1945, contra los equipos amateurs de la Universidad de La Habana, del Vedado Tennis Club, y del Miramar. Por si todo esto fuera poco, repitió la hazaña de cero hit cero carreras como profesional (AA) con el Havana Cubans en 1947 venciendo al Tampa, en el estadio del Cerro.
Las tres hazañas de los años cuarenta lo convirtieron en ídolo de las multitudes. A pesar de sus hazañas fue suspendido en dos ocasiones por haber participado en juegos con profesionales. Marrero aclaró entonces que no era su propósito saltar al deporte rentado, sino que eran desafíos de exhibición.
Aún así se mantuvo la sanción que lo obligó a pasar al profesionalismo en la Liga Méxicana. La ”pureza” de aquella liga olía a rancio por sus propios orígenes: Solo podían participar atletas blancos, pues –entre otros-- la formaban clubs de la alta sociedad como el Vedado Tennis Club, el Fortuna, o el Círculo Militar, y algunos advenedizos.
Los de origen humilde, tenían que descollar por sobre los demás para ser acepados, y para su subsistencia se les estimulaba ya oficialmente o por la izquierda. Los atletas negros, ni eso.Cuando Marrero se retiró tenía 21 temporadas como aficionado y profesional, había acumulado 351 victorias y solo 168 derrotas.
Los que gustan de las compraraciones dirán: --Eran otros tiempos--. Cierto, por entonces no existían los actuales avances tecnológicos, y no se sabía si los pitchers lanzaban 90 millas, o 140 kilómetros. Eran empíricamente virtuosos. Veloces o no. Ganaban o perdían como ahora, pero el guajiro de Laberinto era un fuera de serie.
Colgó los spikes a la edad de 36 años, todavía fuerte y saludable a pesar del eterno tabaco habano en sus labios. Pero dejémoslo de nuevo al habla para que también opine: -
“Tengo un carácter que me ayuda. No hay nada capaz de sacarme de quicio, ni de alterarme… Si perdía, mala suerte. Si me metía en complicaciones, trataba de salir… Siempre traté de lanzar bajito, a la altura de las rodillas como máximo…Un pitcher es un artista y su arte consiste en poner out al bateador… Lo principal en el lanzador es pensar…”
Pero no crean que ahí paró su febril actividad; durante un buen número de años ofició como entrenador en la formación de las nuevas generaciones de atletas. ¡Con un maestro así, el relevo estaba asegurado!.
La última vez que lo vi ya blanco en canas, fue caminando lentamente bajo una cerrada ovación. Iba hacia el box del Latino, para lanzar la primera bola en el tope entre los Orioles del Baltimore y la Selección Cubana.
Hasta aquí la narración.
Queda pendiente lo ocurrido a Marrero en sus inicios, durante aquella Cuarta Serie Mundial de Amateurs de 1941, la cual calificó de amarga experiencia. Así que en próximas ediciones la incógnita será despejada. Allá nos vemos… Nos vamos…
Comienzo esta historia apoyándome en un colega, que lo conocía a la perfección por haber crecido juntos en un pintoresco rincón del centro del país.
Cuando Enrique Núñez Rodríguez vendió su bicicleta allá en Quemado de Güines para venir a La Habana, ya yo montaba en patines aquí en Luyanó. Sin embargo, nuestro debut periodístico ocurrió el mismo año 1948: Él en la emisora COCO de Guido García Inclán, y yo en la Revista FOTOS de Pepe Agraz.
Pasaron los años, Enrique escribiendo por un lado y yo dibujando por el otro, pero ambos picados por el mismo bichito del humorismo. En una ocasión tuve el placer de compartir anécdotas, chistes, y ocurrencias en un viaje a su villa natal cerca del arroyo Jicoteas, donde se le daba un homenaje por sus cincuenta años de vida artística.
Casi llegando al pueblo me señala una casita en una finca a la orilla de la carretera, y me dice: --Ahí vivía Conrado Marrero. El “Guajiro de Laberinto”.
Un poco más adelante, de nuevo me indica un potrero con ínfulas de terrenito de pelota y ataca de nuevo: --¡Ahí le conecté un hit!-- Lo primero ni lo discutí, pero la segunda bola no había quien se la tragara.
Así era ese compañero de tantos años, ocurrente, desenfadado, viva estampa del guajiro campechano. Las mismas cualidades de su vecino, el famoso pitcher cubano, como si se tratara de algo que se diera silvestre en esas hermosas tierras de Sagua la Grande.
Y ya que hablamos de Marrero, dejemos que él mismo se explique:
“Era el menor de los vejigos en la finca “Laberinto” y mis hermanos y yo ayudábamos de sol a sol al padre en el surco… No eran tiempos de jugar al beisbol, y si lo hacíamos era a mano limpia… Con decir que aprendí a tirar curvas con naranjas, no con pelotas… Por eso llegue a destacarme tarde.
Debuté con el Cienfuegos de la Liga Nacional de Amateurs de Cuba a los 27 años…"
Sin dudas él lo hizo bastante bien porque en 1941 ya vestía la franela del equipo Cuba en el IV Campeonato Mundial de Beisbol Amateur.
“…Lamentablemente en el juego decisivo del evento, tuve una amarga experiencia… Eso que lo cuenten otros… Lo cierto es que me mantuve 17 años como pitcher estelar, y llegué a las Grandes Ligas en 1950 con el Washington, cuando otros se acogen al retiro…” Marrero, por entonces apodado en Cuba “El Premier”, se había destacado antes en la Liga Nacional Amateur de Cuba, en Series Mundiales Amateur y del Caribe, en Campeonatos profesionales en Cuba y México, en Ligas Internacionales de la Florida y en la Triple A. Además había implantado récords de leyenda como los tres no hit-no run entre 1942 y 1945, contra los equipos amateurs de la Universidad de La Habana, del Vedado Tennis Club, y del Miramar. Por si todo esto fuera poco, repitió la hazaña de cero hit cero carreras como profesional (AA) con el Havana Cubans en 1947 venciendo al Tampa, en el estadio del Cerro.
Las tres hazañas de los años cuarenta lo convirtieron en ídolo de las multitudes. A pesar de sus hazañas fue suspendido en dos ocasiones por haber participado en juegos con profesionales. Marrero aclaró entonces que no era su propósito saltar al deporte rentado, sino que eran desafíos de exhibición.
Aún así se mantuvo la sanción que lo obligó a pasar al profesionalismo en la Liga Méxicana. La ”pureza” de aquella liga olía a rancio por sus propios orígenes: Solo podían participar atletas blancos, pues –entre otros-- la formaban clubs de la alta sociedad como el Vedado Tennis Club, el Fortuna, o el Círculo Militar, y algunos advenedizos.
Los de origen humilde, tenían que descollar por sobre los demás para ser acepados, y para su subsistencia se les estimulaba ya oficialmente o por la izquierda. Los atletas negros, ni eso.Cuando Marrero se retiró tenía 21 temporadas como aficionado y profesional, había acumulado 351 victorias y solo 168 derrotas.
Los que gustan de las compraraciones dirán: --Eran otros tiempos--. Cierto, por entonces no existían los actuales avances tecnológicos, y no se sabía si los pitchers lanzaban 90 millas, o 140 kilómetros. Eran empíricamente virtuosos. Veloces o no. Ganaban o perdían como ahora, pero el guajiro de Laberinto era un fuera de serie.
Colgó los spikes a la edad de 36 años, todavía fuerte y saludable a pesar del eterno tabaco habano en sus labios. Pero dejémoslo de nuevo al habla para que también opine: -
“Tengo un carácter que me ayuda. No hay nada capaz de sacarme de quicio, ni de alterarme… Si perdía, mala suerte. Si me metía en complicaciones, trataba de salir… Siempre traté de lanzar bajito, a la altura de las rodillas como máximo…Un pitcher es un artista y su arte consiste en poner out al bateador… Lo principal en el lanzador es pensar…”
Pero no crean que ahí paró su febril actividad; durante un buen número de años ofició como entrenador en la formación de las nuevas generaciones de atletas. ¡Con un maestro así, el relevo estaba asegurado!.
La última vez que lo vi ya blanco en canas, fue caminando lentamente bajo una cerrada ovación. Iba hacia el box del Latino, para lanzar la primera bola en el tope entre los Orioles del Baltimore y la Selección Cubana.
Hasta aquí la narración.
Queda pendiente lo ocurrido a Marrero en sus inicios, durante aquella Cuarta Serie Mundial de Amateurs de 1941, la cual calificó de amarga experiencia. Así que en próximas ediciones la incógnita será despejada. Allá nos vemos… Nos vamos…
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