Había una vez un pajarillo que compartía el nido con sus dos hermanitos en el techo de una prisión. La imprudencia del encargado de limpiar la azotea con una potente manguera, hizo que un chorro de agua arrasara con su hogar. Sólo él sobrevivió a la inundación. El infeliz hombre, no sabía que hacer, pero se compadeció del pichoncito, y enterado de que había otro individuo encarcelado, quien le gustaba hablar de los animales y su cuidado, se lo llevó.
Éste pronto se hizo amigo del avecilla, presa también en la misma cárcel. Acababa de salir del cascarón. Era tan pequeña que cabía en la palma de su mano y ni plumas tenía.
No todos los guardias son iguales. Uno de ellos conmovido, se hizo el de la vista gorda con tal de salvar al pequeñín. Mientras, lo primero que hizo su nuevo amo fue silbar, imitando lo que él suponía hiciera la madre. Movió los dedos como si fueran alas y milagrosamente el pajarito abrió el pico. Comenzó a darle migas de pan, introdujo sus dedos en agua y dejando correr las gotas éstas cayeron suavemente en el piquito del pichón.
A partir de ese momento se estableció entre ellos una estrecha amistad. El avecilla no quería comer con nadie salvo con él. Comenzaron a crecer sus plumas y se le enseñó a comer solo, poniendo las migajas de pan en la palma de su mano, mientras él pichón saltando venía con toda confianza. Un día se le ocurrió ponerle unos trocitos de pescado y el muy bribón, después rechazaba el pan.
Sin embargo, los presos estaban preocupados. En caso de inspección, el pequeñín sería un problema. Como ya estaba más grande, lo sacaron al patio para que volara libre. El pajarito revoloteaba un poco y regresaba al hombro de su dueño. Cada vez que intentaba volar con otros pájaros, lo rechazaban a picotazos. Poco a poco ganó confianza.
En una ocasión estaban muchos presos en el patio. Alguien alertó, por ahí andaba el pajarito posado en los alambres de púas. Inmediatamente nuestro héroe silbó y frente a todos los condenados, el pequeño apareció de la nada y se posó en su hombro. Increíble. Todos hablaban de esta historia.
Le pusieron Cardenal, porque su amigo le pintó las plumas de la cola con un marcador rojo, para distinguirlo de los demás. El pajarito perdió las plumas de la cola, pero por breve tiempo. Después las recuperó, con su color natural. Sin embargo, el nombre se le quedó: Cardenal.
El prisionero en su soledad jugaba con el ave como un niño; ésta se le posaba en el hombro, en la cabeza. Cuando estaba escribiendo, venía a entretenerlo y como respuesta recibía una palmadita cariñosa, para que lo dejara tranquilo. Entonces Cardenal se escurría por la espalda hasta donde la mano amiga no podía alcanzarlo. A veces se acurrucaba en el cuello de la camisa del preso y allí se dormía. O le picoteaba la oreja y cuando éste sacudía la cabeza, Cardenal se mudaba a la otra oreja.
Situaciones como esta se sucedieron a lo largo de las casi seis semanas en que duró su encierro en común, pero en una ocasión, fueron bruscamente separados y más nunca se vieron. El inocente pajarito logró su libertad, pero nuestro héroe aún se mantiene cumpliendo su injusta condena.
Esta ha sido una apretada síntesis de un hecho real: Le hemos dado forma de cuento para hacerla más corta y dotada de algún “suspense”, pues se trata de lo ocurrido en 2009 a Gerardo Hernández Nordelo en la cárcel de máxima seguridad de Victorville, en California. Es una historia mucho más amplia que el mismo protagonista le contó a Alicia Jrapko, coordinadora en EE. UU. del Comité Internacional por la Liberación de los Cinco.
Y como constancia de la veracidad del hecho, aquí va la foto de Gerardo y el Cardenal. Pero queda aún otro detalle más sorprendente aún en este cuento que no es tal: Gerardo vino a conocer a Cardenal –su compañerito de celda--el 4 de junio de 2009, fecha en que cumplía 44 años de edad. Y dejó de verlo definitivamente cuarenta y un días después, el 15 de julio del mismo año, cuando celebraba veintiuno de su boda con Adriana, a la que cruelmente se le prohibía ver desde su encarcelación, once años antes.
Pido disculpas a mis pacientes vecinos por este escamoteo literario, pero no podía dejar pasar por alto el 45 onomástico del querido Nordelo –como le llamamos sus colegas del humor—y de paso ofrecerles el vínculo para que puedan ampliar esta información http://emba.cubaminrex.cu/Default.aspx?tabid=29293 Por nuestra parte: “Colorín, colorao. Este cuento está acabao.”
Éste pronto se hizo amigo del avecilla, presa también en la misma cárcel. Acababa de salir del cascarón. Era tan pequeña que cabía en la palma de su mano y ni plumas tenía.
No todos los guardias son iguales. Uno de ellos conmovido, se hizo el de la vista gorda con tal de salvar al pequeñín. Mientras, lo primero que hizo su nuevo amo fue silbar, imitando lo que él suponía hiciera la madre. Movió los dedos como si fueran alas y milagrosamente el pajarito abrió el pico. Comenzó a darle migas de pan, introdujo sus dedos en agua y dejando correr las gotas éstas cayeron suavemente en el piquito del pichón.
A partir de ese momento se estableció entre ellos una estrecha amistad. El avecilla no quería comer con nadie salvo con él. Comenzaron a crecer sus plumas y se le enseñó a comer solo, poniendo las migajas de pan en la palma de su mano, mientras él pichón saltando venía con toda confianza. Un día se le ocurrió ponerle unos trocitos de pescado y el muy bribón, después rechazaba el pan.
Sin embargo, los presos estaban preocupados. En caso de inspección, el pequeñín sería un problema. Como ya estaba más grande, lo sacaron al patio para que volara libre. El pajarito revoloteaba un poco y regresaba al hombro de su dueño. Cada vez que intentaba volar con otros pájaros, lo rechazaban a picotazos. Poco a poco ganó confianza.
En una ocasión estaban muchos presos en el patio. Alguien alertó, por ahí andaba el pajarito posado en los alambres de púas. Inmediatamente nuestro héroe silbó y frente a todos los condenados, el pequeño apareció de la nada y se posó en su hombro. Increíble. Todos hablaban de esta historia.
Le pusieron Cardenal, porque su amigo le pintó las plumas de la cola con un marcador rojo, para distinguirlo de los demás. El pajarito perdió las plumas de la cola, pero por breve tiempo. Después las recuperó, con su color natural. Sin embargo, el nombre se le quedó: Cardenal.
El prisionero en su soledad jugaba con el ave como un niño; ésta se le posaba en el hombro, en la cabeza. Cuando estaba escribiendo, venía a entretenerlo y como respuesta recibía una palmadita cariñosa, para que lo dejara tranquilo. Entonces Cardenal se escurría por la espalda hasta donde la mano amiga no podía alcanzarlo. A veces se acurrucaba en el cuello de la camisa del preso y allí se dormía. O le picoteaba la oreja y cuando éste sacudía la cabeza, Cardenal se mudaba a la otra oreja.
Situaciones como esta se sucedieron a lo largo de las casi seis semanas en que duró su encierro en común, pero en una ocasión, fueron bruscamente separados y más nunca se vieron. El inocente pajarito logró su libertad, pero nuestro héroe aún se mantiene cumpliendo su injusta condena.
Esta ha sido una apretada síntesis de un hecho real: Le hemos dado forma de cuento para hacerla más corta y dotada de algún “suspense”, pues se trata de lo ocurrido en 2009 a Gerardo Hernández Nordelo en la cárcel de máxima seguridad de Victorville, en California. Es una historia mucho más amplia que el mismo protagonista le contó a Alicia Jrapko, coordinadora en EE. UU. del Comité Internacional por la Liberación de los Cinco.
Y como constancia de la veracidad del hecho, aquí va la foto de Gerardo y el Cardenal. Pero queda aún otro detalle más sorprendente aún en este cuento que no es tal: Gerardo vino a conocer a Cardenal –su compañerito de celda--el 4 de junio de 2009, fecha en que cumplía 44 años de edad. Y dejó de verlo definitivamente cuarenta y un días después, el 15 de julio del mismo año, cuando celebraba veintiuno de su boda con Adriana, a la que cruelmente se le prohibía ver desde su encarcelación, once años antes.
Pido disculpas a mis pacientes vecinos por este escamoteo literario, pero no podía dejar pasar por alto el 45 onomástico del querido Nordelo –como le llamamos sus colegas del humor—y de paso ofrecerles el vínculo para que puedan ampliar esta información http://emba.cubaminrex.cu/Default.aspx?tabid=29293 Por nuestra parte: “Colorín, colorao. Este cuento está acabao.”
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