Veámoslo desde el comienzo. Nació en Consolación del Sur, Pinar del Río, el 3 de diciembre de 1936. Hijo del conocido caricaturista Ángel Cruz Luaces, su vejigo, José Cruz Montano, agregó el prefijo PE para diferenciar su firma profesional a la paterna: De ahí el Pecruz de nuestro actual protagonista. Dicen que fue el colega VAL quien sugirió el seudónimo.
Creador polifacético, pudiéramos catalogarlo el “Hombre Orquesta” de nuestra prensa, pues se destacó como caricaturista, reportero, cronista, redactor en broma y en serio, publicitario, folklorista, investigador costumbrista, realizador de programas de radio, televisión, y campañas publicitarias.
Cuando uno falla en un oficio o profesión, por lo general cambia de oficio, de centro de trabajo, o lo despiden. Pecruz era todo lo contrario: Cuando más imprescindible se hacía, era el momento en que pedía la baja. El hecho de que desfilara por todas nuestras redacciones, siempre en ascenso, se debe a eso mismo: Debutó en Zig-Zag (1954-59), revista Bohemia (1954-66), diario Prensa-Libre (1960 hasta su cierre), Palante (1961-72), Cubatabaco (1972-73), Cuba (1973-74), Divulgación INIT (1974-78), Radio Rebelde (1978-79), Radio Progreso (1980), y en Tribuna de la Habana (1980 hasta su desaparición física dos años después.
Fue capaz de dirigir hasta un tele-diario de la juventud en horarios estelares del mediodía, y en cada uno de esos medios dejó su personalísima huella profesional.
Como muchos colegas, tuve el privilegio de trabajar junto a él no pocas veces y sufrir sus bromas pesadas, pero lo hacía con tal gracia, que siempre terminábamos abrazados muertos de risa.
En sus ratos libres—si los tenía—le gustaba adentrarse en la lectura de temas científicos, y aplicaba la sicología social no sólo a sus trabajos periodísticos, sino a su propio padecimiento, pues por cada crisis de inadaptabilidad, llevaba un diario con los síntomas que experimentaba.
Precisamente, en una de aquellos trances, siendo yo director del semanario Palante, Pecruz me enseña una libreta con dibujos y onomatopeyas típicas de las historietas, para explicarme lo que significaban aquellas imágenes. No me quedó más remedio, tenía que ingresarlo.
Inmediatamente logré que un magnífico profesional amigo de ambos, el Dr. López Valdés, lo internara en la sala de psiquiatría de la antigua Quinta Covadonga, --hoy hospital Salvador Allende--.
A los pocos días pasé a ver como seguía, y cuando el galeno me recibe en su despacho sugiere darle una broma a Pecruz para pagarle al paciente con la misma moneda que el utilizaba con los demás. Seguidamente llama a la sala para que el internado acuda a su despacho, y mientras eso ocurre, se quita la bata blanca, me la pone, indicándome la butaca donde él siempre consultaba. Una vez realizada la operación, se encierra en el baño contiguo en espera del amigo.
Pasados unos minutos llega el flaco Pecruz, cuan largo era y vistiendo un pijama del hospital que le llegaba un poco más debajo de la rodilla, me mira asombrado y grita:
--¡ÑOOOO!... ¡AHORA SÍ QUE ESTOY LOCO!.
Miles de anécdotas como ésta, se podrían contar del colega, pero ni el espacio, ni la paciencia de ustedes lo resistiría. Me basta con narrar lo ocurrido durante los últimos días de su fructífera y apasionada vida. Corrían los primeros meses de 1982:
En lo laboral: Pecruz había logrado un sitial de honor en el semanario “Tribuna de la Habana” conquistando los primeros lugares en la emulación del centro y por tanto había obtenido valiosos estímulos personales.
En lo familiar: Su alegría nos emocionaba, pues su esposa regresaba de Nicaragua tras un par de años de ausencia, cubriendo allí la campaña de alfabetización.
En lo artístico: Durante el VI Congreso de la ANAP, celebrado ese 17 de mayo, como saludo al día del Campesino y la Reforma Agraria, el flamante caricaturista había inaugurado en el Palacio de las Convenciones la más extraordinaria exposición de humorismo gráfico sobre el tema rural, realizada en Cuba hasta el momento.
Diez días después el 27 del mismo mes, Pecruz, se ahorcaba en el baño de su hogar con el mismo pantalón mezclilla que su esposa le había traído como obsequio desde la hermana República de Nicaragua.Para los colegas que lo acompañamos hasta su última morada en el Cementerio de Colón bajo una torrencial lluvia Pecruz nos había dado su última broma pesada.
¡Jamás te olvidaremos!
Blanco:
ResponderEliminarGracias al blog de Ichikawa he podido encontrar el suyo.
Muy interesante su escrito sobre Pecruz. Soy admirador de su trabajo desde pequeno y su tira Ay, Vecino! me deleito sobremanera durante todo el tiempo que la lei. Un clasico.
Saludos,
Varela.
(desde Miami)