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26 may 2012

BOHEMIA: PIONERA DEL COMIC

Desde mi niñez, en la década del treinta del pasado siglo, el logotipo de la revista BOHEMIA  --entonces semanal-- era éste que aquí presentamos y que se mantiene hasta el día de hoy. Pero no fue siempre el mismo: Cuando nació hace 104 años, otro era su aspecto.
La nueva publicación a tono con esos intereses particulares de comienzos de siglo, daba cabida a los movimientos político-sociales del momento, a la naciente publicidad, y en sus portadas e ilustraciones surgían como por arte de magia, las maravillas del art noveau o más tarde del art decó. Pero sobre todo su título, BOHEMIA, extraído de una famosa ópera de Puccini, y su impronta en esa vida superficialmente fácil nocturnal y licenciosa, que respondía también a ese nombre bohemio, con un perfil nada parecido al actual.
El nombre BOHEMIA --pese su halo romántico-- le iba muy a tono con los tiempos de cambio  republicano, con una segunda intervención norteamericana, el desplome de un régimen monárquico-colonial caduco, y como lastre, una burguesía adinerada tratando de pescar en río revuelto de un desarrollismo industrial típicamente yanqui.
Éstas y otras observaciones salieron a relucir en una reciente conversación con su actual dirección a propósito de solicitar los servicios de sus archivos.
Por este medio damos las gracias a esas gestiones que nos abrieron las puertas de su colosal memoria histórica; pero la motivación venía desde mucho antes, debido  al dato que me suministrara el maestro de la plástica Pedro Pablo Oliva con motivo de una visita que hiciéramos hace unos años a su coquetona casa-taller de Pinar del Río.
Fue entonces que el pintor me demostró ser también un febril coleccionista, además de un  fan, a los comics. Allí me enseñó algunos bien conservados volúmenes de la  revista para, a continuación, preguntarme quién era el dibujante estadounidense que realizó historietas en aquellas primeras décadas de Bohemia, mientras con el dedo índice me mostraba su firma al pie de una de las viñetas: Peter Relav.
Por entonces, bajo la influencia de los comic-strip yanquis, la historieta en Cuba era  una especialidad en pañales, con indecisos intentos por crear personajes y argumentos autóctonos, hasta entonces solo abordados políticamente en tiras sueltas a finales del siglo XIX  por Landaluze primero y Torriente después. Por eso aquella firma en una serie típicamente costumbrista, y personajes típicos de La Habana a comienzos del 1900, resultaba una incógnita para ambos.
Pude descubrir el misterio poco después gracias a una broma: Cumplía yo mis 75 años de edad y confesaba tener solo 57 cada vez que me miraba en el espejo. En esos “reflejos” recordé el seudónimo aparentemente extranjero de Peter Relav y surgió entonces la imagen de Pedro traducido al inglés, y Relav escrito a la inversa, es decir Valer.
Por tanto, se trataba sin lugar a dudas de Pedro Valer, pintor, dibujante, y fundador de la revista, en activo  por más de 50 años. A quien durante mucho tiempo se le decía allí cariñosamente Don Pedro hasta su fallecimiento a fines del pasado siglo.
Volvamos pues a los archivos para reconocer su extensa obra como caricaturista e historietista. En el grueso volumen en poder del pintor pinareño, correspondientes a las revistas  de 1916-17, aparecen a lo largo de sus 104 semanas, la serie de tiras cómicas que variaban en extensión y formato, como también en los enunciados, pues lo mismo se encabezaban con el título de “Buscando oficio a Pepito”, como “Aventuras de Pepito y Rocamora”, “Aventuras de Rocamora”, o individualizándolos,  en el caso de “Rocamora” a secas o “Pepito” igualmente.
Esa misma indefinición se nota en la extensión innecesaria de los textos, y en la línea del dibujo un tanto balbuceante aún, y hasta en el entintado, unas veces a plumilla, y otras intentando grises de fondo con aguadas.
Pero lo importante es que ambos personajes: Pepito, un niño blanco y precoz, actuaba como contrafigura cómica de Rocamora, el negro adulto que luchaba por la supervivencia en un escenario “habanero” hostil, quien por lo general, al final de cada episodio salía mal parado. A veces se incorporaba un perrito manchado al que llamaban Trivilín.
Continué ahora estas pesquisas en los archivos de BOHEMIA durante el año 1918. Las imágenes que ofrecemos corresponden pues, precisamente a esta etapa, donde vemos la presentación de los episodios, su extensión en seis cuadros por capítulo, que se desarrollan en dos páginas, menos ésta otra desplegada en una sola.
Como semblanzas de actualidad, frecuentemente se abordaba el tema del impacto que se reflejaba en Cuba sobre la guerra  ya agonizante, pues la política editorial de BOHEMIA estaba fuertemente ligada a la divulgación de la misma, incluso su director Miguel A. Quevedo (padre), encabezó una campaña por la adquisición de submarinos para la Marina de Guerra Cubana. Mis pesquisas sólo llegaron hasta ese año, y según presumo, continuó publicándose después aunque no me consta. Tal vez algún otro curioso investigador pueda contarnos en el futuro cual fue el final de “Pepito y Rocamora”…Perdón, y Trivilín, tú también.

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