ACLARACIÓN: En
correspondencia con el tratamiento literario-icónico de este trabajo hemos
querido ilustrarlo con episodios afines ya publicados por la Editorial Pablo de
la Torriente en el 2008, bajo el título de
"Historias Mambisas”. Para conformar ese libro fueron seleccionadas las historietas “Rompecoco” por Tulio Raggi y
Juan Padrón; “Voluntad Férrea” por Orestes Suárez; y “Emboscada Mambisa” por
Francisco Blanco (padre e hijo). Además del retrato de su protagonista
principal.
Hay
pasajes de nuestra historia que por sus características se acercan más a la
aventura que a la realidad, y de eso se trata en este suceso. Desde mi punto de
vista “Duelo en la manigua”
puede escribirse como un argumento de cuento, de historieta, de guión cinematográfico,
o de tele-play.
Si
me lo permiten, mis amables vecinos, así se lo cuento:
MARCO HISTÓRICO:
La acción se desarrolla en el Departamento
Oriental de Cuba a partir del alzamiento de Yara, en 1868, cuando la llama libertaria
comienza a extenderse por gran parte del territorio.
PROTAGONISTA PRINCIPAL:
José Guillermo Moncada, nacido en Santiago de Cuba el 25 de junio de 1841. Guillermón--como
se le conoce generalmente--llegó a alcanzar los grados de Mayor General del Ejército
Libertador, por su participación en las tres Guerras Independentistas del siglo
XIX en Cuba.
Con
dichos antecedentes comencemos la trama:
FEBRERO DE 1871: En
un campamento mambí, rodeado de tupido bosque, el comandante Rustán, gravemente
herido en la batalla anterior dicta una carta al Estado Mayor desde su hamaca: “…
--Guillermón, el más valiente de mis capitanes, es bueno, bravo, y se puede
contar con él…”
Más
adelante, junto al designado, lee la copia frente a la formación:
--Y
por todas esas razones lo nombro interinamente al mando del regimiento.
A
tres meses exactos de asumir el cargo, en un lugar conocido por unos como
Palenque y por otros Peladero, el nuevo jefe se dirige a sus subordinados:
---Mis
valientes, es hora ya de darles un escarmiento a esos traidores de Santa
Catalina del Guaso…”
Seguidamente
se oyen los comentarios en las filas:
--No
son cubanos, son asesinos a sueldo de la Metrópoli.
--Y
su jefe, Miguel Pérez es un tránsfuga provocador que se las da de guapo.
Moncada
agrega:
--Es
cierto, hasta ahora han abusado de los lugareños, quemado plantaciones, y matado a muchos guajiros indefensos, pero les
ha llegado la hora. Vamos a prepararles una batida en los próximos días.
El
lugar escogido por el bisoño oficial está bastante cerca de Mayarí Arriba, y en
el ascenso por los empinados senderos de la Sierra, la vanguardia ve cierto
cartel clavado a un árbol y alerta a su jefe, quien responde:
--Arránquelo
y léalo en alta voz para que los que no sepan leer se enteren.
El
indicado cumple la orden:
“…Guillermón
Moncada, donde quiera que se encuentre: Mambí, no está lejos el día en que
pueda sobre el campo de la lucha bañado con tu sangre, izar la bandera española
sobre las trizas de la bandera cubana. Firmado: Miguel Pérez Céspedes…”
--Bien,
--contesta Guillermón—vamos a responderle en el mismo árbol que
él escogió. Escriba, asistente:
Al
abandonar el lugar, sobre la áspera superficie del tronco un cartel señalaba:
“…Por
dicha para mí, se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto
de nada, pero le prometo que mi brazo de negro, y mi corazón de cubano, tienen
fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste
oportunidad de quitarle el filo a mi machete, mas, porque Cuba sea libre hasta
el mismo mal es bien…”
La
respuesta del recio combatiente no tardó en hacerse realidad cerca de Mayarí
Arriba, cuando localizan a la partida enemiga en un claro del monte.
--Vamos
a rodearlos para que no puedan salir del cerco. --Ordena
el jefe mambí, y al poco rato, a su grito de:
--¡Adelante mis valientes!--
Comenzaron los disparos.
La
batalla fue sangrienta y duró alrededor de cinco horas. Hombres y bestias
bañados en sudor y sangre, se confundían entre la pólvora y los machetazos.
Ante
el empuje mambí cedían los traidores, y de pronto un centinela advierte: -----¡Comandante,
allá al fondo!... ¡Se nos va Miguel Pérez!
Como
un resorte varios jinetes se lanzan tras el renegado, y al rato es rodeado por
los mambises que, enfebrecidos por el combate y la cobardía del jefe enemigo,
tratan de ajusticiarlo. En ese momento, a sus espaldas un grito apasionado los
paraliza:
--¡ALTO!
¡QUE NADIE ME LO TOQUE!
Era
el jefe Guillermón Moncada, que una vez ante el fugitivo y con voz más calmada
le susurra:
--Vamos
a ver si es usted tan bragado como decía.-Y ustedes, --dirigiéndose
a sus hombres-,-- ¡Qué nadie se meta!
Con
la misma, se hace un ruedo, y ambos rivales a camisa quitada se enfrentan en un
duelo sin precedentes en la manigua cubana.
EL
final lo cuenta una de aquellos testigos presenciales, el mensajero mambí enviado
al Estado Mayor, cuando informa del hecho al General Máximo Gómez:
--El
traidor Pérez era valiente, impetuoso en el combate; pero Guillermón, sereno,
fue asestando golpes efectivos con su afilado machete hasta que lo dejó
mortalmente herido. Aquí le envía las insignias y el arma del renegado, que
había sembrado el terror en los campos guantanameros.
Ese
mismo año se le impusieron a Mocada las estrellas de Teniente Coronel y las de
Coronel en 1873. Combatió en Camagüey junto a Máximo Gómez, quien se expresó
así de él:
Este
Guillermón vale mucho, además de muy valiente, tiene dotes de mando y gran
habilidad estratégica (…) si no lo matan, llegará muy lejos…”
Y
así fue. Guillermón Moncada termina la campaña del 68 como Jefe de la Brigada
de Mayarí. En la Protesta de Baraguá, formó filas con Maceo. Durante la Guerra
Chiquita Calixto García lo ascendió a Mayor General, al final de la contienda
escapó de Cuba pero fue capturado en alta mar, por lo que cumplió condena en
cárceles españolas, y más tarde también en Cuba.
Como
consecuencias de la insalubridad en prisión, adquirió la tuberculosis que
padeció hasta sus últimos días, pero eso no fue obstáculo para que estuviera
entre los primeros alzados del 24 de febrero de 1895.
Su
última gran hazaña fue establecer su campamento en Mayarí para facilitarle el
paso a Martí, Maceo, y Máximo Gómez desde Playitas en Guantánamo hasta el firme de la Sierra.
A
tres meses del Grito de Baire, en la noche del 5 de abril, en medio de la
manigua redentora, y en una humilde hamaca guerrillera, falleció el General de
las Tres Guerras.
Tanto
el bullicioso estadio Guillermón Moncada, sede de las combativas avispas
santiagueras de nuestra pelota; como el Cuartel Moncada –cuna del 26 de Julio—,
y antes Cuartel Reina Mercedes, donde guardó prisión y adquirió la tisis que lo
llevó a la tumba; son--entre otras muchas instituciones y obras
revolucionarias-–testigos vivientes de su valentía, entrega, y patriotismo.
Por
último damos crédito al colega Pedro Antonio García, de cuyo artículo “Guillermón
Moncada: El mambí que levantó a Oriente”, publicado en la revista
BOHEMIA el 26 de marzo del 2010, hemos realizado esta versión libre que
esperamos haya sido de vuestro agrado.
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