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14 jul 2012

DÍMELO CANTANDO EN LAS TUNAS

Desde el mismo inicio del semanario PALANTE Y PALANTE, el 16 de octubre de 1961, se le prestó un especial interés al tema campesino y su más raigal expresión, la décima; en este caso la humorística, de larga tradición desde los tiempos de “gorriones y bijiritas”. Nadie más indicado para ello que sumar a Jesús Orta Ruiz, “El indio Naborí”, quien había labrado una fructífera labor poética y revolucionaria a lo largo de toda su vida.
La primer vez  que surge el nombre de “Dímelo Cantando” encabezando dicho espacio fue en el número 8  de (11-12-1961), donde Naborí logró aglutinar firmas tan reconocidas como Justo Vega, Chanito Isidrón, Marcelino Ortiz y Rodolfo Díaz Moya. Pero ese fue sólo el inicio; el objetivo era el de lograr la participación popular, y las puertas del tabloide se abrieron a decenas de decimistas desconocidos, surgidos de las entrañas del pueblo.
Recordamos algunos de aquellos colaboradores a partir de ese año y todo el 1962: No sabemos si eran repentistas, pero si repitentes como Gustavo Marrero, un chofer de guaguas convertido en el “Pintor de Jacomino”, Rogelio Alba Jinoria, y Aurelio Acuña del central Australia, por citar solo tres nombres.
La sección campesina, en la misma tónica del semanario, buscó siempre no repetirse, y Naborí logró impregnarle ese aire de renovación constante:.La transformación más radical surgió durante el año 1964, cuando agregó a la exclusividad del ”Dímelo Cantando” sus cuentos montunos, donde dio a conocer algunos tan simpáticos como “El viejo baldado”, “El caimán”, “La lavandera gratuita”, “El majá”,  “Matusalén guajiro”, ”La muela de Julián” etc..
Como si todos esos aportes fueran pocos, inició una nueva  sección titulada “Vivimos en Campo Alegre” donde incluía las controversias que bajo ese nombre Radio Rebelde  proponía a reconocidos bardos como Cecilio Pérez y Eugenio Morales con el acompañamiento del Dúo Espirituano,
o“El jabuco del Saber” cuestionando el origen de las palabras. Una de ellas que tocó dilucidar a la pareja de repentistas Orlando Vasallo y Fortín del Sol (Colorín). Ahí no pararon las iniciativas del mentor del “Dímelo Cantando”, recordemos que también se apoyó en el programa “Patria Guajira” de Justo Vega en Radio cadena Habana, para enfrentar al matrimonio de Minerva y Martín en disputas de género.
Hubo un tiempo en que sus múltiples obligaciones, tanto políticas como culturales lo alejan momentáneamente de su querido “Dímelo Cantando” palantero, razón por la cual el entonces director de la publicación, Joaquín G, Santana me encarga hacer contacto con el investigador y folklorista villareño Samuel Feijóo –ambos también poetas--. Y convencerlo para que asumiera la responsabilidad de mantener vivo el popularísimo y especializado perfil campesino de dicha página.
Mucho ayudó su especial sentido del humor; y la página, al cambiar de facilitador también lo hizo de título, pues a partir de la edición No.22  (23-3-1967) tomó el nombre de “Saber Guajiro”, más didáctica que la anterior, pero sin perder sus rurales raíces.
Lamentablemente Feijóo sólo pudo mantenerla durante seis meses, pues desde el mes de agosto de ese año dejó de publicarse.
De ahí que, durante unos años tuvimos que prescindir de la valiosa colaboración de ambos e irremplazables maestros. Por suerte nos había caído no del cielo, sino de Guanajay,  Leopoldo Rivero  Martínez, un modesto y desconocido bardo  que tras su sencilla y noble apariencia, escondía un talento exquisito y una voluntad férrea, pues contra viento y marea mantuvo viva la llama de la decima en el semanario bajo el supuesto nombre de Martín Proletario.
Se caracterizó por mantener también una voluminosa correspondencia gracias a sus habilidades para escudriñar en el conocimiento humano y proponer en espinelas preguntas de todo tipo. Recordemos su primera pregunta en serie “¿Dónde está el error?”  a la que siguió “Sea usted  Sherlock Holmes”; cuando se le perdió la lupa y se le encendió la pipa se le ocurrió “Captúrelo usted mismo”, y por último, otra saga en el colmo del desatino, cuando le preguntaba al lector “¿Dónde está el disparate?” Veamos una de estas incógnitas::
El crimen fue la razón
de su imperio lujurioso
Fue un cobarde, fue un tramposo
Y un idiota de ocasión.
Este monstruo fue Nerón,
El hijo de Mesalina,
Que fue también asesina,
Coqueta, ruín y chismosa;
Una intrigante ardorosa
Con la embriaguez de la inquina.
Incendiario y avariento,
Rapaz, inculto y odioso;
Fue siempre cruel, envidioso,
Y un criminal cien por ciento.
Aquí termina este cuento
Al vuelo de una paloma;
Anota, lector y toma
Esta historia denigrante,
Porque ya escribí bastante
De aquella bestia de Roma.
Martín Proletario
Para los que hayan quedado en la duda, le aclaramos que el disparate reside en que la madre de Nerón era Agripina no Mesalina.
Al asumir la dirección de la publicación en el verano de 1970 una de mis mayores preocupaciones era la de revivir el “Dímelo Cantando”, y providencialmente una llamada telefónica de larga distancia  me renovó las esperanzas.
Desde Santa Clara  el colega Aldo Isidrón del Valle, visiblemente preocupado me planteaba la situación de su tío Chanito Isidrón, quien en su tiempo fuera el Príncipe del Punto Cubano, estaba jubilado desde hacía varios años, pero más lúcido que nunca, y esperando .por alguna propuesta reivindicadora de su arte inagotable.
Inmediatamente me puse en contacto con Chanito. Conté también con la anuencia del propio Indio Naborí y  del entonces Viceministro de Educación Dr. Raúl Ferrer, tres que cojeaban del mismo pie forzado..
Fueron años inolvidables en los cuales coordinamos las acciones con la  dirección de la ANAP. A los desvelos de Pepe Ramírez, su Presidente-fundador por mantener ese entusiasmo, se debe el lanzamiento de la convocatoria al Concurso anual “La Transformación en el Campo”. La presidencia del jurado siempre recayó en el joven-octogenario Chanito Isidrón.
Fuimos invitados a participar en la Jornada Cucalambeana  para dar a conocer los tres  primeros premios del certamen, y cuando la  delegación de PALANTE junto con Chanito pisó  por primera vez  El Cornito de Las Tunas, en julio de ese año. Fui entonces testigo presencial de un fenómeno increíble:
Todos iban a la cabaña que ocupábamos el poeta y yo, a cualquier hora del día o de la noche para saber si era verdad que no se había muerto; otros habían oído decir que estaba en el Norte, así como muchos más cuentos de camino. No pocas décimas salidas de su extraordinario sentido del humor, surgieron como consecuencia de estas muestras de cariño y desinformación.
Una pareja que impuso su calidad poética en aquellos tiempos fue la formada por los espirituanos  Bernardo Amador Yunes (Nano), y Luis Compte Cruz, asiduos colaboradores. Sería injusto no mencionarlos.
Cada año se repetían dichos encuentros, pero algo especial ocurrió durante la Jornada Cucalambeana en el verano de 1978. Se celebraba el 35º. Aniversario de la primera transmisión de la emisora MIL DIEZ que contaba con el programa de radio más popular del momento “Dímelo Cantando” el cual se transmitía diariamente hasta su brutal clausura por el régimen de facto.
A partir de entonces más nunca se oyeron las populares propuestas del folclor rural que difundía la emisora. Pues bien, treinta y cinco años después, durante aquellos cuatro días inolvidables, en el parque Vicente García, y por las ondas de radio VICTORIA, los protagonistas de aquellas antológicas transmisiones hicieron las delicias del pueblo tunero.
En esta tira aparecen algunos de aquellos veteranos poetas y músicos de  ése típico programa campesino:.
Pero nadie más autorizado que Jesús Orta Ruiz, uno de aquellos protagonistas podía rememorar tan memorable acontecimiento. A continuación reproducimos las palabras. del Indio Naborí, también tomadas del PALANTE No. 41 publicado el 21 de julio de 1978.
“…En el 35º. Aniversario de la Radio Emisora MIL DIEZ, heraldo de las legítimas demandas populares, hay que reconocer cómo los orientadores marxistas de su programación se interesaban por mantener y desarrollar las manifestaciones de la cultura popular, donde tienen, innegablemente un sitio la música y la poesía de nuestros campos, así como esa  inagotable veta de buen humor que caracteriza a nuestro pueblo. (…) Ambas expresiones del genio de nuestras masas se mancomunaban en aquel famoso programa campesino que la MIL DIEZ presentaba en su horario estelar nocturno, bajo el gracioso y verbal título “Dímelo Cantando”. A éste, el locutor añadía los siguientes gustos y atributos: “…el programa nacional que instruye mientras deleita…(…) Las secciones del espacio se dividían en motivos de ingenio como los pies forzados y las adivinanzas, motivos didácticos (respuestas cantadas a preguntas de los oyentes) y motivos humorísticos como los “Sordos de cañón”, interpretados por Chanito y Eloy Romero, así como la pareja matrimonial “Pantaleón y Dorotea” protagonizada por Isidrón y Radeunda Lima. (…) La variedad del programa consistía en ligar estas expresiones de buen humor, con elementos líricos que se ofrecían especialmente en las controversias, donde no faltaban como salpicaduras necesarias las notas de protesta social. (…) De ahí que el semanario PALANTE haya querido perpetuar el recuerdo de aquel programa, uno de los más escuchados y queridos en la historia de nuestra radiodifusión, creando una sección con el mismo nombre y objetivos de “…instruir y divertir a través de la décima criolla…” con sus características tradicionales, especialmente aquellas que coinciden con el espíritu humorístico de esta publicación..”.
Al acercarnos al nonagésimo aniversario del nacimiento de Jesús Orta Ruiz, el próximo 30 de septiembre, hemos querido recopilar estas memorias de su paso por nuestra publicación, que solo es una ínfima parte de su obra lírica dedicada al  humorismo criollo. Su monumental herencia artística es tan abarcadora que sería imposible encasillarlo en un solo género.
 (Estas notas pertenecen a un  trabajo mucho más amplio que le fue entregado a la hija del, “Indio Naborí” Alba Orta Pérez,.durante el coloquio interactivo celebrado en Las Tunas con motivo de celebrarse el próximo 30 de septiembre el 90º. aniversario de su nacimiento).

19 dic 2010

DEL TEOREMA DE PITÁGORAS A QTATA AL CUADRADO.

El problema matemático de origen griego que encabeza este trabajo, da seguimiento a otro referido a cierta persona de la cual habláramos en nuestra oferta anterior, y a quien podría calificar de “Mi personaje inolvidable”: El doctor Raúl Ferrer.

A partir del 22 de diciembre de 1961 Cuba celebra anualmente el Día del Maestro, al finalizar con éxito su Campaña de Alfabetización en esa fecha y declararse Territorio Libre de Analfabetismo.

No hay escuela, hogar, alumno, ni maestro que deje de festejar la ocasión.

Ilustro aquella época con estas dos caricaturas que publicamos en el diario “El Mundo” hace casi medio siglo sobre los esfuerzos de nuestro país por alfabetizar al analfabeto urbano y a su par el analfayuca rural, según el choteo criollo de entonces.

El pueblo todo, beneficiario de esa prédica martiana se suma a la festividad. Por algo nuestro país en la actualidad es referente a escala mundial en materia de alfabetización por el aporte del método “Yo si puedo” en no pocos países y variadas lenguas.

Cada vez que se acerca esa fecha pienso en la frase que encabeza este trabajo, y en la persona que la inspiró: El maestro, colega y amigo Raúl Ferrer.

Desde que asomaron los primeros indicios de mi incipiente bigotito, en la aventura del bachillerato, una de las cosas que más me impresionó fue descubrir que…

“el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de sus catetos”.

En mi relación con Raúl tropecé con su versión criolla:

“Que todo analfabeto tenga su alfabetizador y que todo alfabetizador tenga su analfabeto…”

O sea, QTATA al cuadrado.

Ecuación salida del ingenio de ese criollo rellollo convertido por obra y gracia de su trayectoria docente en uno de los principales colaboradores del entonces Ministro de Educación Doctor Armando Hart.

Desde su temprana y modesta aula rural monte adentro, donde compartía sueños y realidades con su bisoño colega Onelio Jorge Cardoso, Raúl Ferrer siempre soñó con algo por el estilo. Años más tarde entre estrofa y estrofa descubrió a otro fabulador excepcional con el que también compartió fantasías poéticas y objetivos políticos, el Indio Naborí.

Él era así: científico y soñador, ocurrente y reflexivo, imaginativo y profundo a la vez, con una agilidad mental inigualable. Un maestro en toda la extensión de la palabra. Su sentido de la pedagogía tenía un antecedente lúdico que podía resumirse en esta frase suya: “Lo que se aprende jugando, nunca se olvida”, de ahí el permanente combate que mantuvo contra viejos criterios medievales como ése de “la letra con la sangre entra”. O el permanente reproche a quienes mantenían el rígido concepto de que el niño iba al colegio a aprender. “No –decía-- el niño viene a la escuela a aprender a hacer cosas”.

También tuvo discrepancias con colegas que a menudo confundían el deporte con el entretenimiento, porque para este último no hacían falta estadios ni campos deportivos, cuando se practica de corazón, ambos se unen. En eso era también un educador.

En una oportunidad gané un premio en el Salón Nacional de Humorismo de la UPEC, con su caricatura. Lamentablemente no puedo mostrarla aquí, pues inmediatamente después se la obsequié y por muchos años presidió la sala de su hogar situado en una empinada calle de la Loma del Mazo de la Víbora.

A él se deben las iniciativas de transformar la página de pasatiempos en “Palante” con proposiciones más originales que el compañero Yáñez puso en práctica, así como la constante ayuda a la sección campesina “Dímelo Cantando” del semanario donde Raúl, --el poeta—también era un maestro. ¿Y qué me dicen los que lo conocieron jugando con los números en el pizarrón de fondo en su despacho del Ministerio de Educación, con el ejercicio del cero frío?

Sencillamente que Raúl había experimentado esto en carne propia desde los tiempos difíciles de la seudorrepública en su escuelita rural en el batey del central Narcisa allá en las proximidades de Yaguajay, y fue consecuente con ello. De sus románticas aventuras en el lugar les recomiendo acudir al libro de cuentos del colega Julio M. Yanes, precisamente por su condición de alumno en aquel plantel donde aprendió las primeras letras aquella “Niña Mala” que le da título a la obra, y que junto a la simpática “Vaquita Pijirigüa” popularizó musicalmente su sobrino Pedro Luis Ferrer. Paradójicamente, allá en la primera mitad del pasado siglo, época en que la palabra ¿futivarse? estaba de moda, a veces escapábamos del amodorramiento docente para refugiarnos en pitenes de pelota de goma y de trapo, o las mesas de billar aledañas al Instituto de la Víbora, a espaldas de nuestros padres y maestros. Mientras, allá en ese rinconcito de la campìña espirituana a menudo ocurrían cosas como la siguiente:

El maestro rural Raúl Ferrer, a caballo por el trillo que conduce a la escuela, ve a un padre doblado en el surco bajo el sol mañanero y le pregunta:

“--¡Fulano!” –se me olvidó el nombre—“ ¿Qué pasa que tu hijo no ha ido a clase esta semana?”

La respuesta no se hizo esperar:

“Lo tengo castigado por portarse mal”.

Increíble anécdota si no la hubiese oído de sus propios labios. Y es que las clases de Raúl y Onelio tenían ese sabor a caramelo lúdico que maravillaba a los niños, y que desgraciadamente, a golpes de solemnidad, retórica, y rigidez, pierden su encanto.

No sé si estas características estaban ya presentes en el ADN de ambos, o eran producto del ambiente familiar suyo, pues en el entorno hogareño crecían siete hermanos: Raúl. Rogelio, Rafael, Rodolfo, Raquel, etc., etc., –todos firmaban R.F.-- y todos dotados de las mismas virtudes: Alegría contagiosa, agilidad mental, mezcla de veta artística y rigurosidad científica. Es decir, todos ellos tenían algo de “músicos, poetas y locos”, en el mejor sentido de la palabra.

Raúl cultivaba además la amistad de forma bastante selectiva. Si exitosa y singular fue la yunta que lo unió en la escuelita montuna a su par Onelio Jorge Cardoso. Con posterioridad esas mismas afinidades, lo unieron al Indio Naborí.

Extrovertido hasta el cansancio, la explosividad de Raúl Ferrer lo diferenciaba de ambos, --más pausados, y medidos--, sin embargo a pesar de diferencias temperamentos, una química rara los unía, el amor a la docencia, el acercamiento a la ética martiana, la lucha por la justicia social, y la inclaudicable militancia revolucionaria, todo ello matizado por un optimismo contagioso e inagotable.

Para finalizar les cuento uno de los últimos episodios de su vida que me marcaron para siempre:

Raúl, septuagenario y enfermo, estuvo asesorando la Campaña de Alfabetización en Nicaragua durante casi dos años. Regresó al finalizar la misma, más o menos en el mes de septiembre, y bastante delicado de salud, a tal punto de que bajó del avión en una camilla y tuvo que ser ingresado en el Instituto de Cardiología, de Paseo y 17, en el Vedado. Allí fui a verlo varias veces y después, durante su convalecencia en su propio hogar de 10 de Octubre.

Dos meses después –principio de diciembre-- me llama por teléfono para invitarme una vez más a las Parrandas de Mayajigua y Yaguajay, adonde lo había acompañado en los últimos años. Me sorprendió esa imprevista cita teniendo en cuenta las condiciones físicas en que había regresado a Cuba, y decline la invitación con cierto reproche por tan temeraria aventura de fin de año.

Recibí un silencio sepulcral como respuesta… tras varios segundos de meditación me dice:

“--Blanco, últimamente te has vuelto un poco conservador”.

Al año siguiente el destacado poeta y pedagogo fallecía. Aquella frase escuchada a través del hilo telefónico, tal vez resuma la personalidad y la imagen que me quedó para siempre de la persona a la que nos hemos venido refiriendo y que yo, humildemente considero. “Mi personaje inolvidable: Raúl Ferrer.”

3 oct 2010

EL PRÍNCIPE DEL PUNTO CUBANO.

En el pasado mes de julio presentamos un trabajo relacionado con el Indio Naborí, donde involucramos a dos entrañables amigos, a los que deseo dedicarle estas líneas. http://ay-vecino.blogspot.com/2010/07/una-caricatura-repentista.html

Y es que el mes de septiembre tuvo el privilegio de unirlos para siempre: Chanito Isidrón vino a la vida en Calabazar de Sagua el 26 de este mes de 1903 y el Indio Naborí nace el 30 de septiembre pero de 1922. Ambos poetas vinculados a las raíces más autóctonas de nuestra cultura mestiza y campesina.

El pasado día 30, con motivo del 88º. Aniversario de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, el colega Héctor Arturo organizó un emotivo acto de recordación en la Casa de Cultura de Plaza, al que junto a su esposa Eloína y sus hijos, Fidel Albita y Chuchi, asistieron muchos de sus amigos y compañeros de lucha y de trabajo.

En la foto, el momento en que hacemos entrega a su amantísima esposa, del poema “Hatuey” de la autoría de Naborí, e ilustrado a dos manos por mi hijo y yo,

En el otro caso, se trata de Cipriano Isidrón Torres, aquel que desde muy joven tuvo que superar los tempranos tropiezos de la pobreza en el campo. De su prematuro oficio de narigonero, las riendas de la yunta le dejaron la huella indeleble de unos dedos mutilados, impidiéndole seguir acariciando las cuerdas de la guitarra. Pero le quedaba su voz, su talento y unas ganas infinitas de alegrarle la vida a sus semejantes.

Juglar andante de la guardarraya, y cantor del concubinato entre el humorismo y la décima, Chanito Isidrón, nombre artístico que adoptó, tal vez sea el único bardo cuyas improvisadas espinelas cómicas hayan circulado de boca en boca espontáneamente haciendo reír a generaciones de cubanos.

Durante la época de oro de la radiodifusión nacional en la primera mitad del siglo pasado, Chanito brilló con luz propia, abordando todos los géneros, pero sobre todo por sus desternillantes duelos entre sordos de cañón, popularizados en el programa “Dímelo Cantando” de la Mil Diez.

Precisamente así bautizó “Palante y Palante” en 1961, la página de décimas campesinas que rendía honores a su antecedente radial.

Como fundador de la publicación asistí a su nacimiento de la mano del Indio Naborí, y allí colaboró Chanito ya jubilado del ICRT hasta su último aliento.

Por razones ineludibles Naborí tuvo necesidad de ocupar otras obligaciones que le impedían continuar colaborando con nosotros.

Al aceptar la responsabilidad de dirigir el semanario en 1970, me hice el propósito de rescatar el género, pues la falta de sistematicidad dejó virgen dicho espacio, y la publicación, huérfana de décimas, estaba pidiendo a gritos su reivindicación.

Un buen día el colega Aldo Isidrón del Valle me llama por teléfono desde Las Villas y me dice: -

“Blanco, por favor, tírale un cabo al viejo”.

Lo menos que imaginé era que se trataba de su consagrado tío, y tras la alerta me trasladé a su casa en la calle Zapata, bastante cercana a la redacción, y más aún del Cementerio de Colón.

Chanito llevaba cerca de un lustro, acogido a la jubilación, y mirando desde lo alto del apartamento donde vivía, --colindante con el Cementerio de Colón--, el sepulcral silencio de los mortales restos en sus últimas moradas, y a veces su musa incursionaba entre lo humano y lo divino.

Eso no impidió que me recibiera con la sonrisa de siempre y el chascarrillo a flor de labios. No fueron pocas las sesiones de convencimiento, ni las humeantes tazas de café que obsequiaba con profusión su media naranja María Esther, servidas por sus dos vejigos Chano y Ricardito, que competían a ver a quién le tocaba hacer de camarero ese día.

Más que mis argumentos, lo convenció la propia necesidad de volver a la carga, y desde entonces PALANTE contó con el más fiel, exitoso y desinteresado participante; y lo más increíble, sin firmar aquella sección que él cubría con tanta dedicación, ni cobrar colaboración alguna.

Puedo asegurarles que aquel octogenario subía y bajaba los cuatro tramos de la escalera donde vivía, con una agilidad felina, caminaba todo el Vedado diariamente, y de paso se daba un saltito hasta nuestra redacción

para atender la correspondencia de la página campesina que aumentaba por días gracias a él.

Bebía con moderación y fumaba como un trastornado, pero con una envidiable vitalidad:

“¡La vianda, Blanquito, la vianda! Plátano, malanga, boniato…”

-Ésa era su fórmula.

Así justificaba sus gustos y su salud. Por mi parte siempre pensé: --Falso:

“Es su carácter: Reír y provocar la alegría en los demás--, ese era la fuente de su eterna juventud”.

Llovieron las colaboraciones para la publicación, y gracias al apoyo de la ANAP, convocamos el primer concurso de décimas humorísticas “La Transformación en el Campo” como saludo al Congreso de la organización. Tanto el recién nombrado presidente del jurado, Chanito Isidrón, como los ganadores de los premios, fueron invitados de honor a la Jornada Cucalambeana que se celebraría a principios de julio ese año.

¡Y ahora viene lo bueno!

El viejo juglar y yo compartimos la misma cabaña a orillas del Hórmigo, y constantemente tocaban a la puerta periodistas, campesinos, músicos, dirigentes, decimistas, y público curioso en general, porque no creían lo que se anunciaba por los altoparlantes: La presencia física de Chanito en el evento.

Algunos lo tocaban, otros lo abrazaban casi llorando:

¡No estaba muerto! ¡No se había ido para el Norte! ¡Ni se había divorciado de la décima! ¡Estaba vivito y coleando!”

Tanto se había especulado con su ausencia, y tanto el tiempo transcurrido alejado de los medios, que el ídolo se había convertido en un mito.

Cuando subió esa noche al escenario del Cornito, aquello se vino abajo.

Puedo asegurarles que a partir de entonces, Chanito recuperó el trono principesco de la controversia ganado en buena lid durante su juventud. Y así se mantuvo fraternal, correcto, impecable como el “Elegante poeta de Las Villas” que siempre fue.

A su seria estampa lo seguía como su sombra, la carcajada ajena, y así disfruté como propios sus éxitos y muchos de los guateques que animó durante los últimos años de su vida.

Junto a Enrique Núñez Rodríguez, fui varias veces jurado del Premio de Humorismo en el Festival Nacional de la Radio, y tuve que asistir a la premiación cuya sede le correspondió a Caibarién en el año 1987.

El 23 de febrero, el mismo día que se entregaron los galardones, se recibió allí la noticia del fallecimiento de Chanito el día anterior.

Infinita mi pesadumbre por no estar con los suyos en su triste despedida, y nada menos que en el evento más importante de la radio cubana, sobretodo porque durante su época dorada, Chanito había sido nada menos que el “Príncipe del Punto Cubano”.

Para concluir los dejamos con esta graciosa estampa juiciosa y desprejuiciada de la Academia de la Lengua:

LAS COSAS DE LA ACADEMIA

La Real Academia toma

del léxico lo mejor,

limpia, pule y da esplendor

a nuestro muy rico idioma.

Por ella a menudo asoma

una palabra elegante

que deslumbra al estudiante

y al hablador descalabra

cuando incluye una palabra

extraña y desconcertante,

Le llamamos al ciclón

meteoro, ¡qué tormento!,

cuando lo que mete es viento,

nerviosismo y confusión.

Al que monta en un avión

decimos que se ha embarcado

y si en la guagua ha montado

también se embarcó --lo sé—

lo malo es que no se ve

el barco por ningún lado.

Embarcarse, entiendo yo,

que es en un barco por agua.

Mas si sale en una guagua

Yo digo que se enguagó,

si va en yegua se enyeguó

como si viaja montado

en un carretón halado

por chivo, caballo, o mulo,

conscientemente calculo

es que se ha encarretonado.

Le llamamos negativo

al vago o incumplidor

y al que es buen trabajador

decimos que es positivo.

Ese calificativo

se usa en la electricidad,

y si el término es verdad

entonces un hombre honrado

con un haragán al lado

da fuerza y da claridad.

Ni Martínez de Nebrija,

Covarrubias, ni Cervantes,

usaron de esos desplantes

que hoy hacen que yo me aflija.

Si esta, mi crítica es hija

del libro que no leí

no se preocupen, que aquí

en este simposio diario

voy a hacer un diccionario

exclusivo para mi.

Chanito Isidrón