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14 jul 2012
DÍMELO CANTANDO EN LAS TUNAS

19 dic 2010
DEL TEOREMA DE PITÁGORAS A QTATA AL CUADRADO.
El problema matemático de origen griego que encabeza este trabajo, da seguimiento a otro referido a cierta persona de la cual habláramos en nuestra oferta anterior, y a quien podría calificar de “Mi personaje inolvidable”: El doctor Raúl Ferrer.
A partir del 22 de diciembre de 1961 Cuba celebra anualmente el Día del Maestro, al finalizar con éxito su Campaña de Alfabetización en esa fecha y declararse Territorio Libre de Analfabetismo.
No hay escuela, hogar, alumno, ni maestro que deje de festejar la ocasión.
Ilustro aquella época con estas dos caricaturas que publicamos en el diario “El Mundo” hace casi medio siglo sobre los esfuerzos de nuestro país por alfabetizar al analfabeto urbano y a su par el analfayuca rural, según el choteo criollo de entonces.
El pueblo todo, beneficiario de esa prédica martiana se suma a
Cada vez que se acerca esa fecha pienso en la frase que encabeza este trabajo, y en la persona que la inspiró: El maestro, colega y amigo Raúl Ferrer.
Desde que asomaron los primeros indicios de mi incipiente bigotito, en la aventura del bachillerato, una de las cosas que más me impresionó fue descubrir que…
“el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de sus catetos”.
En mi relación con Raúl tropecé con su versión criolla:
“Que todo analfabeto tenga su alfabetizador y que todo alfabetizador tenga su analfabeto…”
O sea, QTATA al cuadrado.
Ecuación salida del ingenio de ese criollo rellollo convertido por obra y gracia de su trayectoria docente en uno de los principales colaboradores del entonces Ministro de Educación Doctor Armando Hart.
Desde su temprana y modesta aula rural monte adentro, donde compartía sueños y realidades con su bisoño colega Onelio Jorge Cardoso, Raúl Ferrer siempre soñó con algo por el estilo. Años más tarde entre estrofa y estrofa descubrió a otro fabulador excepcional con el que también compartió fantasías poéticas y objetivos políticos, el Indio Naborí.
Él era así: científico y soñador, ocurrente y reflexivo, imaginativo y profundo a la vez, con una agilidad mental inigualable. Un maestro en toda la extensión de
También tuvo discrepancias con colegas que a menudo confundían el deporte con el entretenimiento, porque para este último no hacían falta estadios ni campos deportivos, cuando se practica de corazón, ambos se unen. En eso era también un educador.
En una oportunidad gané un premio en el Salón Nacional de Humorismo de la UPEC, con su caricatura. Lamentablemente no puedo mostrarla aquí, pues inmediatamente después se la obsequié y por muchos años presidió la sala de su hogar situado en una empinada calle de la Loma del Mazo de la Víbora.
A él se deben las iniciativas de transformar la página de pasatiempos en “
Sencillamente que Raúl había experimentado esto en carne propia desde los tiempos difíciles de la seudorrepública en su escuelita rural en el batey del central Narcisa allá en las proximidades de Yaguajay, y fue consecuente con ello. De sus románticas aventuras en el lugar les recomiendo acudir al libro de cuentos del colega Julio M. Yanes, precisamente por su condición de alumno en aquel plantel donde aprendió las primeras letras aquella “Niña Mala” que le da título a la obra, y que junto a la simpática “Vaquita Pijirigüa” popularizó musicalmente su sobrino Pedro Luis Ferrer.
El maestro rural Raúl Ferrer, a caballo por el trillo que conduce a la escuela, ve a un padre doblado en el surco bajo el sol mañanero y le pregunta:
“--¡Fulano!” –se me olvidó el nombre—“ ¿Qué pasa que tu hijo no ha ido a clase esta semana?”
La respuesta no se hizo esperar:
“Lo tengo castigado por portarse mal”.
Increíble anécdota si no la hubiese oído de sus propios labios. Y es que las clases de Raúl y Onelio tenían ese sabor a caramelo lúdico que maravillaba a los niños, y que desgraciadamente, a golpes de solemnidad, retórica, y rigidez, pierden su encanto.
No sé si estas características estaban ya presentes en el ADN de ambos, o eran producto del ambiente familiar suyo, pues en el entorno hogareño crecían siete hermanos: Raúl. Rogelio, Rafael, Rodolfo, Raquel, etc., etc., –todos firmaban R.F.-- y todos dotados de las mismas virtudes: Alegría contagiosa, agilidad mental, mezcla de veta artística y rigurosidad científica. Es decir, todos ellos tenían algo de “músicos, poetas y locos”, en el mejor sentido de la palabra.
Raúl cultivaba además la amistad de forma bastante selectiva. Si exitosa y singular fue la yunta que lo unió en la escuelita montuna a su par Onelio Jorge Cardoso. Con posterioridad esas mismas afinidades, lo unieron al Indio Naborí.
Extrovertido hasta el cansancio, la explosividad de Raúl Ferrer lo diferenciaba de ambos, --más pausados, y medidos--, sin embargo a pesar de diferencias temperamentos, una química rara los unía, el amor a la docencia, el acercamiento a la ética martiana, la lucha por la justicia social, y la inclaudicable militancia revolucionaria, todo ello matizado por un optimismo contagioso e inagotable.
Para finalizar les cuento uno de los últimos episodios de su vida que me marcaron para siempre:
Raúl, septuagenario y enfermo, estuvo asesorando la Campaña de Alfabetización en Nicaragua durante casi dos años. Regresó al finalizar la misma, más o menos en el mes de septiembre, y bastante delicado de salud, a tal punto de que bajó del avión en una camilla y tuvo que ser ingresado en el Instituto de Cardiología, de Paseo y 17, en el Vedado. Allí fui a verlo varias veces y después, durante su convalecencia en su propio hogar de 10 de Octubre.
Dos meses después –principio de diciembre-- me llama por teléfono para invitarme una vez más a las Parrandas de Mayajigua y Yaguajay, adonde lo había acompañado en los últimos años. Me sorprendió esa imprevista cita teniendo en cuenta las condiciones físicas en que había regresado a Cuba, y decline la invitación con cierto reproche por tan temeraria aventura de fin de año.
Recibí un silencio sepulcral como respuesta… tras varios segundos de meditación me dice:
“--Blanco, últimamente te has vuelto un poco conservador”.
Al año siguiente el destacado poeta y pedagogo fallecía. Aquella frase escuchada a través del hilo telefónico, tal vez resuma la personalidad y la imagen que me quedó para siempre de la persona a la que nos hemos venido refiriendo y que yo, humildemente considero. “Mi personaje inolvidable: Raúl Ferrer.”
3 oct 2010
EL PRÍNCIPE DEL PUNTO CUBANO.
Y es que el mes de septiembre tuvo el privilegio de unirlos para siempre: Chanito Isidrón vino a la vida en Calabazar de Sagua el 26 de este mes de 1903 y el Indio Naborí nace el 30 de septiembre pero de 1922. Ambos poetas vinculados a las raíces más autóctonas de nuestra cultura mestiza y campesina.
El pasado día 30, con motivo del 88º. Aniversario de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, el colega Héctor Arturo organizó un emotivo acto de recordación en la Casa de Cultura de Plaza, al que junto a su esposa Eloína y sus hijos, Fidel Albita y Chuchi, asistieron muchos de sus amigos y compañeros de lucha y de trabajo.
En la foto, el momento en que hacemos entrega a su amantísima esposa, del poema “Hatuey” de la autoría de Naborí, e ilustrado a dos manos por mi hijo y yo,
En el otro caso, se trata de Cipriano Isidrón Torres, aquel que desde muy joven tuvo que superar los tempranos tropiezos de la pobreza en el campo. De su prematuro oficio de narigonero, las riendas de la yunta le dejaron la huella indeleble de unos dedos mutilados, impidiéndole seguir acariciando las cuerdas de
Juglar andante de la guardarraya, y cantor del concubinato entre el humorismo y la décima, Chanito Isidrón, nombre artístico que adoptó, tal vez sea el único bardo cuyas improvisadas espinelas cómicas hayan circulado de boca en boca espontáneamente haciendo reír a generaciones de cubanos.
Durante la época de oro de la radiodifusión nacional en la primera mitad del siglo pasado, Chanito brilló con luz propia, abordando todos los géneros, pero sobre todo por sus desternillantes duelos entre sordos de cañón, popularizados en el programa “Dímelo Cantando” de
Precisamente así bautizó “Palante y Palante” en 1961, la página de décimas campesinas que rendía honores a su antecedente radial.
Como fundador de la publicación asistí a su nacimiento de la mano del Indio Naborí, y allí colaboró Chanito ya jubilado del ICRT hasta su último aliento.
Por razones ineludibles Naborí tuvo necesidad de ocupar otras obligaciones que le impedían continuar colaborando con nosotros.
Al aceptar la responsabilidad de dirigir el semanario en 1970, me hice el propósito de rescatar el género, pues la falta de sistematicidad dejó virgen dicho espacio, y la publicación, huérfana de décimas, estaba pidiendo a gritos su reivindicación.
Un buen día el colega Aldo Isidrón del Valle me llama por teléfono desde Las Villas y me dice: -
“Blanco, por favor, tírale un cabo al viejo”.
Lo menos que imaginé era que se trataba de su consagrado tío, y tras la alerta me trasladé a su casa en
Chanito llevaba cerca de un lustro, acogido a la jubilación, y mirando desde lo alto del apartamento donde vivía, --colindante con el Cementerio de Colón--, el sepulcral silencio de los mortales restos en sus últimas moradas, y a veces su musa incursionaba entre lo humano y lo divino.
Eso no impidió que me recibiera con la sonrisa de siempre y el chascarrillo a flor de labios. No fueron pocas las sesiones de convencimiento, ni las humeantes tazas de café que obsequiaba con profusión su media naranja María Esther, servidas por sus dos vejigos Chano y Ricardito, que competían a ver a quién le tocaba hacer de camarero ese día.
Más que mis argumentos, lo convenció la propia necesidad de volver a la carga, y desde entonces PALANTE contó con el más fiel, exitoso y desinteresado participante; y lo más increíble, sin firmar aquella sección que él cubría con tanta dedicación, ni cobrar colaboración alguna.
Puedo asegurarles que aquel octogenario subía y bajaba los cuatro tramos de la escalera donde vivía, con una agilidad felina, caminaba todo el Vedado diariamente, y de paso se daba un saltito hasta nuestra redacción
para atender la correspondencia de la página campesina que aumentaba por días gracias a él.
Bebía con moderación y fumaba como un trastornado, pero con una envidiable vitalidad:
“¡La vianda, Blanquito, la vianda! Plátano, malanga, boniato…”
-Ésa era su fórmula.
Así justificaba sus gustos y su salud. Por mi parte siempre pensé: --Falso:
“Es su carácter: Reír y provocar la alegría en los demás--, ese era la fuente de su eterna juventud”.
Llovieron las colaboraciones para la publicación, y gracias al apoyo de la ANAP, convocamos el primer concurso de décimas humorísticas “La Transformación en el Campo” como saludo al Congreso de
¡Y ahora viene lo bueno!
El viejo juglar y yo compartimos la misma cabaña a orillas del Hórmigo, y constantemente tocaban a la puerta periodistas, campesinos, músicos, dirigentes, decimistas, y público curioso en general, porque no creían lo que se anunciaba por los altoparlantes: La presencia física de Chanito en el evento.
Algunos lo tocaban, otros lo abrazaban casi llorando:
“¡No estaba muerto! ¡No se había ido para el Norte! ¡Ni se había divorciado de la décima! ¡Estaba vivito y coleando!”
Tanto se había especulado con su ausencia, y tanto el tiempo transcurrido alejado de los medios, que el ídolo se había convertido en un mito.
Cuando subió esa noche al escenario del Cornito, aquello se vino abajo.
Puedo asegurarles que a partir de entonces, Chanito recuperó el trono principesco de la controversia ganado en buena lid durante su juventud. Y así se mantuvo fraternal, correcto, impecable como el “Elegante poeta de Las Villas” que siempre fue.
A su seria estampa lo seguía como su sombra, la carcajada ajena, y así disfruté como propios sus éxitos y muchos de los guateques que animó durante los últimos años de su vida.
Junto a Enrique Núñez Rodríguez, fui varias veces jurado del Premio de Humorismo en el Festival Nacional de la Radio, y tuve que asistir a la premiación cuya sede le correspondió a Caibarién en el año 1987.
El 23 de febrero, el mismo día que se entregaron los galardones, se recibió allí la noticia del fallecimiento de Chanito el día anterior.
Infinita mi pesadumbre por no estar con los suyos en su triste despedida, y nada menos que en el evento más importante de la radio cubana, sobretodo porque durante su época dorada, Chanito había sido nada menos que el “Príncipe del Punto Cubano”.
Para concluir los dejamos con esta graciosa estampa juiciosa y desprejuiciada de la Academia de la Lengua:
LAS COSAS DE LA ACADEMIA
del léxico lo mejor,
limpia, pule y da esplendor
a nuestro muy rico idioma.
Por ella a menudo asoma
una palabra elegante
que deslumbra al estudiante
y al hablador descalabra
cuando incluye una palabra
extraña y desconcertante,
Le llamamos al ciclón
meteoro, ¡qué tormento!,
cuando lo que mete es viento,
nerviosismo y confusión.
Al que monta en un avión
decimos que se ha embarcado
y si en la guagua ha montado
también se embarcó --lo sé—
lo malo es que no se ve
el barco por ningún lado.
Embarcarse, entiendo yo,
que es en un barco por agua.
Mas si sale en una guagua
Yo digo que se enguagó,
si va en yegua se enyeguó
como si viaja montado
en un carretón halado
por chivo, caballo, o mulo,
conscientemente calculo
es que se ha encarretonado.
Le llamamos negativo
al vago o incumplidor
y al que es buen trabajador
decimos que es positivo.
Ese calificativo
se usa en la electricidad,
y si el término es verdad
entonces un hombre honrado
con un haragán al lado
da fuerza y da claridad.
Ni Martínez de Nebrija,
Covarrubias, ni Cervantes,
usaron de esos desplantes
que hoy hacen que yo me aflija.
Si esta, mi crítica es hija
del libro que no leí
no se preocupen, que aquí
en este simposio diario
voy a hacer un diccionario
exclusivo para mi.
Chanito Isidrón