A veces los asiduos vecinos al blog me acusan de mezclar
los acontecimientos con el fin de buscarle las cosquillas a la información. Pues
bien—muy santo y muy bueno—si con ello logramos captar vuestra atención. Veamos
un ejemplo:
En la primavera del pasado año–con motivo del V Centenario
del Descubrimiento de la
Florida--hicimos una breve incursión a la frustrada Fuente de la Juventud,
soñada por el navegante español Ponce de León, quien antes había acompañando a
Cristóbal Colón en aquel primer pasaje a lo desconocido de 1492.
Once años después salió de La Habana hacia el Norte en
busca de dicho manantial rejuvenecedor y ojalá lo hubiera descubierto—diríamos
muchos de los pacientes del Dr. Azheimer, integrantes actuales de la Universidad del Adulto
Mayor--pero lo cierto es que murió aún joven en Cuba a causa de un flechazo
envenenado mucho antes de descubrir el misterio de la fontana imberbe.
Lo cierto es que sus naves habían sido empujadas y beneficiadas
por una fuerte corriente de agua cálida originada en el Golfo de la Nueva España (México)
hasta el actual Mar de las Antillas.
Benjamín Franklin, famoso por descubrir el pararrayos
entre otros artilugios de la época, fue quien valiéndose del capitán ballenero
Folgar, logró el trazado de dicha corriente aunque solo de forma utilitaria en
1777.
Sin embargo Mathews Maury, lugarteniente de la marina
estadounidense, ofreció precisiones sobre este fenómeno 44 años más tarde, al
comprobar que a la salida del Canal de la Florida, esta corriente con mil metros de grosor
y 80 kilómetros de ancho se desplazaba a razón de 8 millas marinas por hora.
Imaginemos la importancia de dicho descubrimiento cuando sólo existía la
navegación a vela.
Hasta aquí los datos científicos que hemos podido reunir
de aquella época.
Ahora veremos los aportes que le agregó la novela de
anticipación, cuyo máximo exponente en el Siglo de las Luces fue el francés
Julio Verne.
Se dice que, inspirándose de las investigaciones
realizadas por Maury, el novelista escribió “Veinte mil leguas de viaje
submarino” donde lo describe como…
”Un río que fluye libremente en medio del Atlántico, cuyas aguas no se mezclan
con las oceánicas… Un río mucho más salado que el mar que lo rodea, con una profundidad
promedio de tres mil pies y un ancho de 60 millas, corriendo a una velocidad de
cuatro kilómetros por hora…”
Con estos datos basta para señalar que, independientemente
de la fantástica imaginación del “padre de la novela de Ciencia-ficción en
el mundo”, Julio Verne; su obra se basa en investigaciones de la época aún
en pañales. Y lo confirmaremos con nuevos aportes surgidos hace nada menos que
130 años exactos, durante una visita del escritor a Túnez. Veamos:
El último relato de Verne en 17 capítulos “La
invasión del mar” comenzó a publicarse el Primero de enero de 1905 en L´EDUCATION
ET LA RECREATION DE
FRANCIA y su autor no pudo verlos publicados completos al fallecer en marzo de
ese mismo año.
Según algunos investigadores, el fantasioso escritor se
inspiró en una de las más descabelladas utopías surgidas a fines del siglo XIX:
Fernando de Lesseps había ganado fama por sus proyectos ingenieros del Canal de
Suez y del de Panamá. Junto al comandante Roudine, entre 1874 y 1882 estudiaron
a fondo la posibilidad de crear un mar interior en medio del desierto de
Sahara. El asunto consistía en construir un canal vía Gabes (sur de Túnez) y
llevar las aguas del Mediterráneo a la zona de los llamados Chotts—antiguos
lagos salados ya secos--en el interior del desierto tunecino. Como anotamos
anteriormente, Verne visitó dicha zona en 1884 y tuvo acceso a los dossiers de
Roudame incluyendo fotos tomadas en la zona, para con ello armar el muñeco
argumental del relato, así como incluirle datos y documentos existentes en
bibliotecas y revistas de la época.
Conformó con todo esto una noveleta de anticipación que
trascurre entre 1935 y 1936, donde un joven ingeniero es capaz de llevar a cabo
dicho proyecto para mejorar el ecosistema desértico mediante un canal que
formaría dicho mar interior en el Sahara y con ello aprovechar las depresiones
del terreno para inundar unos 8,200 millones de kilómetros cuadrados.
Estas labores se unirían a la forestación de pinos y
árboles en general, incrementándose con ello las lluvias y otros fenómenos
atmosféricos que beneficiarían el clima hasta las elevadas crestas de los
Montes Aures.
Dichas acciones, ya de por sí peligrosas aumentaban en el
desarrollo de la trama al extremo de trabajar peligrosamente bajo el nivel de
mar; con el acoso permanente de tribus enemigas del régimen colonial y sus
ataques contra los campamentos de obreros y contratistas.
Algunos críticos de esta, su última obra, calificaron el
desenlace de ambiguo decepcionante, y disparatado, influenciado por las
posiciones pesimistas de Verne en relación con el desarrollismo imperante en
las potencias occidentales de la época.
Espero que este accidentado recorrido de Ponce de León y
Julio Verne a través de las 20 mil leguas de viaje submarino por la Corriente del Golfo, hasta
las dunas del desierto de Sahara--a veces científicamente comprobado y otras
enredado en las madejas de la fantasía--no los hayan mareado.
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