Lamentablemente este año no pude participar por situaciones de carácter personal, como lo hice anteriormente en compañía de mi esposa, pero eso no es obstáculo para dejar que desfilen por mi mente tantos recuerdos imborrables:
Mi padre era un asturiano de pura cepa, esos de fabada, patatas en cachelos, y sidra escanciada.
De él heredé mi segundo nombre, Pascasio, que a muchos tal vez cause risa, pero a mi una permanente veneración. Llegó a Cuba junto a miles de aldeanos en la cresta de aquella ola migratoria a comienzos del siglo XX, y aportó su buena cuota de sudores proletarios al desarrollo del país, a diferencia de aquellos “indianos” que más afortunados, pudieron regresar en coche a
Él no pudo hacerlo como otros muchos de a pie que, como él, iban canturreando por la verada tropical de esta Cubita Bella. Se “aplatanaron”, se enamoraron, y echaron raíces aquí. Uno de esos tubérculos fui yo.
Pero ausencia no quiere decir olvido, y desde pequeño Paco –apelativo que le gustaba más-- me inculcó el cariño por aquella España aldeana, noble, principesca, y a la vez republicana; aunque su añorado ¡NO PASARÁN! pasara al olvido de quienes dejaron pasar el fascismo de la península, a buena parte de Europa, y por poquito al mundo entero durante
Esos vínculos se mantuvieron aún tras su fallecimiento en un inolvidable 31 de diciembre de 1944. Comenzaba el año más triste para nosotros, pero el dolor se sintió a ambos lados del océano. Eso lo pude comprobar cincuenta años más tarde cuando los primos de Grandas de Salime, a orillas del río Navia me convidaron a participar durante un mes en
Esa visita en el verano de 1995 quedó reflejada en la entrevista que reproducimos a continuación:
El envejecimiento rural de España ya era palpable entonces y la mayoría de mis primos habían emigrado a lugares menos agrestes, fundamentalmente a Gijón.
Por eso no era de extrañar que la próxima invitación se extendiese hasta el suelo natal de Gaspar Melchor de Jovellanos, y que el teatro del mismo nombre fuera en esos momentos sede del XIX Salón Internacional de Historietas. Su presidente, Faustino Rodríguez Arbesú, enterado por la prensa de mi presencia, me invitó al acto.
La información correspondiente al evento da cuenta de dicha inaguración, cuyas palabras de apertura estuvieron a cargo del entonces alcalde de Gijón, Don Vicente Álvarez Areces, a quien conocíamos de Cuba durante el hermanamiento en 1990 de ambas ciudades. Participé en el acto celebrado en el Capitolio Nacional, y como constancia de ello, él se había llevado la caricatura personal que le hice “in situ”.
Tini –como cariñosamente le llaman allá sus allegados—tiene buena memoria, y al acordarse de aquello, me solicitó un nuevo apunte; y en un aparte del acto en el teatro lo complací solícito.
Pues bien, si alegre me puse yo, más aún lo hizo el octogenario norteamericano autor de tantas aventuras del enmascarado héroe neoyorquino, pues en noviembre de 1991, ambos estuvimos invitados a
¿Habrá o no razones suficientes para que este humilde servidor celebre en compañía de sus seres queridos la Semana de
“Asturias patria querida,
Asturias de mis amores….
Quien pudiera estar en Asturias
en todas las ocasiones…”
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