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6 dic 2010

ISIDRO EL GORDO: UN CASO CRÍTICO.

En Cuba siempre se conmemoró el Dia del Médico, el 3 de diciembre en honor al Dr. Carlos J. Finlay, nacido en esa fecha de 1833.

Del sabio cubano ya habíamos escrito con anterioridad en este blog, http://ay-vecino.blogspot.com/2010/08/en-pocas-palabras.html, bajo el título de ENEMIGO IRRECONCILIABLE.Su legado se ha convertido por obra y gracia de nuestra revolución en un referente mundial en cuanto a prevención de enfermedades y atención primaria a las víctimas de desastres naturales como muestras indiscutibles de sacrificio y solidaridad humana entre otras epopeyas. Por tal motivo en la actualidad se magnifica la efeméride como el Día de la Medicina Latinoamericana.

Pues bien, la lectura de un correo electrónico firmado por “El Duende” el pasado 30 de septiembre bajo el encabezamiento de ”¿Cuánto cuesta un cadáver humano?” http://elduendemiami.com/2010/SEPTIEMBRE.2010/DUENDE.30.SEPTIEMBRE.2010.html, nos pone en conocimiento de la compraventa de despojos humanos en la Florida y otros estados de la Unión por traficantes de variado pelaje, y sus vínculos con el ejercicio de la medicina privada. Eso me motiva a escribir estas líneas.

En aras de la brevedad y para evitar repeticiones, los remito a dicho artículo que mis curiosos vecinos pueden hallar en el sitio web de dicho “fantasmita” de Radio Miami.

En el trabajo se hace referencia a Isidro Hernández, más conocido por “El Gordo Isidro”, curioso personaje en la Cuba de los años cuarenta, cuando yo –huérfano de padre y madre—me vi obligado a solicitar una plaza de aprendiz de linotipo, para poder continuar mis estudios de bachillerato en el curso nocturno del Instituto de la Víbora.

Así entré en la imprenta de Ernesto Illas e hijos. Lo que no sabía entonces, y ahora les cuento es que, dicho taller, situado en San José entre Gervasio y Escobar, cuya numeración no recuerdo, pero sí que colindaba con una tienda de efectos de oficina y en la misma cuadra estaban establecidas la “Tapicería Molina” y la cerrajería del chino “Alberto Wong e hijos”.

Ese “chinchalito” donde inicié mis primeros pasos en la tipografía estaba subarrendado por los Illa a Isidro el Gordo, --el personaje del cuento--, quien daba sus clases de anatomía, en un patio convertido en improvisado anfiteatro con bancos de madera al fondo del inmueble. Un pasillo aledaño a la imprenta-taller daba acceso al mismo.

Según la fuente miamense, parece que la materia prima para tan lucrativo y macabro negocio venía de la misma procedencia allá que aquí: El cementerio local, y los abastecedores eran los pobres de solemnidad que iban a parar a la fosa común, donde no tenían a nadie que los reclamase, y por tanto constituían para los especuladores substrato reciclable.

Pero lo más curioso del caso, --no aclarado en el informe de “El Duende”-- es que la matrícula a las clases particulares allí ofrecidas daba derecho al libro de Anatomía del propio Isidro Hernández, y cada año se imprimía una nueva edición retirándose la anterior del mercado. Un grupo de “compradores” rastreaban todas las librerías-polillas de la capital y sobornaban a sus dueños pagando a sobreprecio los libros de la especialidad allí existentes.

En el patio donde daba las clases, sus empleados hacían una hoguera con los volúmenes que pudiesen ser “reciclados” en el nuevo curso. Los próximos alumnos, al no tener acceso a los libros de segunda mano, o de otros autores, estaban doblemente obligados a inscribirse en la escuelita. Por esa razón existía aquella imprenta donde el material de estudio se acumulaba convertido en lingotes de plomo, y esas planas volvían a imprimirse año tras año.

¡Negocio redondo…! ¡Exclusividad absoluta…! ¡Se imaginan de utilizarse ese método con las nuevas tecnologías de punta con impresión digitalizada!

Otra curiosidad del dichoso patio: Allí en una cisterna Isidro ocultaba el cadáver disecado de un enano negro al que bautizó Bartolo y a veces nos lo mostraba con orgullo mientras lo acariciaba.

En cuanto al aspecto físico de Isidro el Gordo, y otras características personales, coincidimos con lo escrito por “El Duende”.

De mediana edad, exageradamente gordo, Isidro Hernández resultaba repugnante en extremo: Era un profesional experimentado en autopsia, sin embargo con manos y uñas siempre sucias. Desaliñado en el vestir y en su higiene personal, usaba unas gafas conocidas como “fondos de botella” de alta graduación, que le daba un aspecto caricaturesco.

Isidro el Gordo era de un carácter agrio con sus cercanos colaboradores, profesionalmente autosuficiente y déspota en sus relaciones si de dinero se trataba. Usaba ropa talla extra que sumada a su paquidérmica figura, daba la impresión de un ser deforme tanto física como espiritualmente. Llevaba los enormes bolsillos del pantalón llenos de billetes y no pocas veces, vi que lanzaba dinero a la cara a sus acreedores para demostrarle superioridad y prepotencia.

Un incidente ocurrido por entonces jamás se me olviidará:

Corrían tiempos del gansterismo durante los gobiernos auténticos de los años 40, cuando bandas armadas se batían a tiros en medio de la ciudad por prebendas, cargos e influencias. Una mañana mientras sacaba pruebas de galera en mi condición de aprendiz, se me aparecen en la puerta de la imprenta dos jóvenes más o menos de mi misma edad, preguntando por Isidro Hernández. Les indiqué que era al fondo del local.

Minutos después, salieron visiblemente contrariados.

Al rato uno de sus ayudantes, me dice:

--¿Sabes quienes son esos?... Nada menos que Regueiro y Masó.

Los muchachos eran dos gatillos alegres que aparecían a menudo en hechos de sangre publicitados por la prensa sensacionalista de la época.

Días después la pareja regresó y entraron al fondo originándose una balacera que nos hizo a todos lanzarnos al suelo, mientras Regueiro y Masó corrían al exterior blandiendo sendas pistolas.

Isidro el Gordo, presunta víctima de una extorsión, --según nos contaron—se había defendido a tiros tras el mostradorcito de su oficina y los atacantes tuvieron que salir huyendo perseguidos por su guardaespaldas.

Una semana más tarde, los periódicos anunciaban la muerte de ambos pistoleros en un enfrentamiento con la policía. ¿Tuvo algo que ver el incidente anterior en la academia del Gordo, o fue simple casualidad? Todavía me hago la misma pregunta.

Muchas leyendas se tejieron alrededor de dicho personaje: Su habilidad para matricular todos los años en la Universidad sin presentarse a examen, sabiendo que era una autoridad en la materia. Única forma de evitar la plaza de profesor titular en el centro de altos estudios, y seguir ejerciendo “por la libre” en su escuelita por cuenta propia, que le proporcionaba pingues ganancias.

Tal vez siendo Isidro Hernández una lumbrera en su especialidad, represente todo lo contrario de Carlos J. Finlay, por los desinteresados aportes de éste a la ciencia, por la abnegación desplegada en la investigación de la fiebre amarilla, y por el prestigio ganado con el descubrimiento del agente transmisor de dicha epidemia.

Miles de médicos cubanos de la salud siguen el ejemplo de Finlay en más de sesenta países, y otros muchos alumnos provenientes de todo el mundo se forman profesionalmente en la ELAM. Escuela Latinoamericana de Medicina.

Debemos sentirnos orgullosos de vivir por fin en este país sabiendo que nuestros humildes restos serán venerados, no vendidos. ¡VIVA EL DÍA DE LA MEDICINA LATINOAMERICANA!

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