La temporada ciclónica nuestra abarca la mitad del año: Desde junio 1 a noviembre 30. Octubre se considera el mes más peligroso, porque en él han coincidido los más frecuentes y poderosos desde que tengamos noticia. No quisiéramos ser absolutos, en nuestros casi cinco siglos de historia, sólo dos han podido ser considerados Superpotentes, si de historietas se pudieran identificar como en los casos de Superman o Superratón. Además con la disyuntiva del progresivo calentamiento solar: ¿Chi lo sá?
Afortunadamente Cuba ha desarrollado una buena experiencia en el combate de estos fenómenos atmosféricos no sólo en su etapa informativa y de alerta, sino también tomando medidas de evacuación y movilizaciones solidarias en la recuperación. O sea, que nadie quede desamparado. Científicamente son 37 los huracanes que con mayor intensidad nos han azotado en los últimos doscientos años, y sólo dos de ellos con categoría cinco en la escala Saffir-Simpson: La Tormenta de San Francisco de Borja (916 hP), que azotó a La Habana del 10 al 11 de octubre de 1846, con rachas de más de 250 kilómetros por hora. Sus vientos se sintieron hasta los límites de las provincias orientales. En cuanto a los daños, deben haber sido enormes aunque no hayan trascendido cifras de muertos o desaparecidos por desconocimientos demográficos. Lo que sí se supo es que no quedó un solo barco a flote en el puerto, y recuérdese que San Cristóbal de La Habana siempre fue “La Llave del Golfo”.
El otro huracán categoría 5, cruzó el extremo más occidental de Pinar del Río el 19 de octubre de 1924. Por tratarse de una región bastante despoblada no produjo grandes pérdidas humanas, y mucho menos de barcos surtos en puerto, porque no encontró ninguno en su camino. Tenía 917 hP, con velocidad similar a la del cercano Mitch (1998). Sin embargo, éste cobró 11,000 víctimas fatales en Centroamérica.
Ninguno de los dos: El de Pinar y el de La Habana, causó tanta desgracia como otros menos poderosos pero más letales. A saber, el que penetró por las inmediaciones de Santa Cruz del Sur, Camagüey el 9 de noviembre de 1932, provocando olas de 6.5 metros y la muerte a más de tres mil personas, considerándose la mayor catástrofe natural ocurrida en Cuba.
El segundo en mortalidad, fue categóricamente menos poderoso, sólo 3 hP, de categoría pero por su lentitud de traslación y torrenciales lluvias, prácticamente inundó todo el territorio oriental y parte de Camagüey durante cuatro días, del 4 al 8 de octubre de 1963. Se llamó Flora, y fui testigo presencial de sus estragos. La lluvia registró hasta 1500 milímetros en algunas zonas, y no pocas ciudades como Mayarí quedaron bajo sus aguas. Causó millonarias pérdidas en bienes y animales, dejando a su paso enlutados 1,500 hogares cubanos, pero el Flora además de mortal resultó ser también un ciclón caprichoso, pues su inusual comportamiento fue una de las causas de su peligrosidad. Al desplazarse lentamente en la zona montañosa, quedó encerrado entre ellas sin encontrar salida al mar y formó un lazo en su ruta solo comparable a otro fenómeno tan arbitrario como él, medio siglo antes en el otro extremo de la isla.
Fue el ciclón de Los Cinco Días que cruzó a Pinar del Río de norte a sur entre el 8 y el 12 de octubre de 1910. Este fenómeno trazó un lazo en la zona marítima tangente a la costa norte más occidental del país y entró a su territorio cerca de Cayo Jutía, para salir por el sur de Pinar del Río y azotar Isla de Pinos el día 14.
Lo curioso de este caprichoso huracán no fueron sus vientos ni sus víctimas, sino la encendida polémica que suscitó entre los científicos de la época, donde la meteorología a comienzos del siglo XX y en medio de la segunda intervención norteamericana, estaba aún en pañales. Los pronósticos se los repartían las dos instituciones más prestigiosas del país. El observatorio del Colegio de Belén y el Observatorio Nacional. El primero sostenía que habían sido dos ciclones, uno que cruzó por los mares del Estrecho de la Florida y el otro atravesando la provincia pinareña de norte a sur. La tesis de un solo ciclón en forma de lazo fue defendida por la institución laica.
El debate tomo categoría 5 en la escala de las hipótesis y duró casi un cuarto de siglo, pues aún en 1934 el padre Mariano Gutiérrez Lanza del colegio de Belén se mantenía en sus trece. Tocó a José Carlos Millás, del Observatorio Nacional poner punto final a una controversia demasiado extensa y que no tenía nada de musical.
Su tesis del antojadizo ciclón de 1910 demostró definitivamente que se trataba de una recurva en forma de lazo, provocada por influencias de ciertos fenómenos atmosféricos.
Hasta aquí la descarga. Con permiso, me despido porque ya estamos en octubre, y tengo que asegurar puertas y ventanas.
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