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16 oct 2011

TARROS EN LA TORRE DE UN MORROCOTUDO CASTILLO

La farola del Morro es a La Habana lo que la estatua de la Libertad a Nueva York; con la diferencia de que esta última es más fotogénica; pero la nuestra, por vieja tiene más historia y menos histeria.

Coqueta habanera que le guiña un ojo cada 15 segundos al viajero, 33 millas náuticas antes de entrar por la boca del Morro. La fortaleza fue bautizada rimbombantemente como el Castillo de los Tres Reyes del Morro en los estertores del siglo XVI. Entre el salitre y la erosión del idioma quedó, como Morro a secas. Morro es también el hocico de un perro, o la cabeza dura de un tío al que han dado un mamporrazo en la cocorotina; en este caso significa roca, peñasco, o protuberancia redondeada.

La Real Orden de su construcción partió de Felipe II,--el rey, no el coñac—y el encargado de ejecutarla fue el ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli. Se cuenta que, en cierta ocasión éste visitó el cerro de la Cabaña y sentenció:

“…El que fuere dueño de esta loma, lo será de La Habana…”

Setenta y tres años más tarde su predicción se cumplió, cuando los 10,000 cañones de la flota británica del almirante Sir George Pocock, abrieron el hueco por donde penetraron los soldados que tomaron la fortaleza y con ella a San Cristóbal de La Havana.

Pero nos hemos alejado del tema central que es la farola, no el castillo. La función básica de éste último fue, defender la ciudad y los navíos de la flota de los ataques piratas frecuentes en el siglo XVI; no la de alertar a la navegación, por lo que la señal lumínica se limitaba a una simple fogata de leña; de ahí que los ingleses en 1762, le cayeran a leña a los españoles haciéndolos también leña, pero no se arriesgaron más allá del Vedado o Guanabacoa, y duraron menos aquí que un merengue en la puerta del colegio.

La gran perdedora de aquella contienda bélica fue sin lugar la pérfida Albión, producto del cambalache nombrado Tratado de París, (1763). Con el fin a la Guerra de los Siete Años, Francia salió por la puerta ancha, al quedarse con la tajada de Canadá y todos los territorios al este del Mississippi, indemnizando a su aliada España con la Luisiana. Mientras los ingleses cedían San Cristóbal de La Habana a cambio de toda la península de la Florida con la Fuente de la Juventud incluida. Poco después, al enterarse Ponce de León se le atravesó un rugido y murió de rabia en Cuba.

Al ser recuperada La Habana por España en 1763, aún se encendían hogueras en el morro, pues la torre vino a aparecer en 1845 durante el gobierno del Gral. Leopoldo O´Donell.

Cosa curiosa: Sobre la torre del Castillo del Morro han ondeado cuatro banderas, a saber: La española desde 1630 hasta agosto de 1672. Fue sustituida por la inglesa hasta julio de 1763 en que nuevamente ondeó la española. La intervención norteamericana izó la de las barras y las estrellas de 1899 a 1902. Desde entonces y definitivamente la enseña cubana ha flotado hasta el día de hoy. Pero ninguno de estos países dieron luz al faro del Castillo. Fue la tecnología de “La Ciudad Luz”, la que en definitiva iluminó el camino a los navegantes cuando en diciembre de 1844 arribó a La Habana la fragata francesa “Staonell”, con 76 cajas del aparato óptico más la linterna, y el 24 de julio del año siguiente, por primera vez los resplandores intermitentes señalaron el camino a los navegantes.

Como hemos visto, faroleros siempre los hubo en nuestra capital, pero los fanales linternas y faros tardaron bastante en aparecer. Veamos qué ocurrió después de instalados: Al pie del Castillo del Morro se acometió la construcción de un local destinado a almacén, taller-escuela y alojamiento de los aprendices de torreros. Todo iba a pedir de boca hasta que un buen día, la soledad de la noche, y los ímpetus juveniles, dieron lugar a un uso inapropiado del local, tan grave como repetitivo, creando según las autoridades coloniales una situación vergonzante. Algo que por aquellos tiempos era conocido como fornicar. La Real Orden dictada por el Capitán General de la “Isla” el 20 de noviembre de 1861, hace exactamente 150 años, decía textualmente:

“…Con objeto de evitar los escándalos a que ha dado lugar el abuso cometido por los torreros al introducir en los faros mujeres de mala nota, viviendo amancebadamente con ellos, el Excmo. Sr. Gobernador Superior se ha servido disponer que los torreros hagan constar su estado en esta Dirección y que se les prohiba terminantemente vivir con mujer alguna no estando legítimamente autorizado a ello…”

Morrocotuda disposición real: Evitar que le pusieran rabo, en la rada habanera, y evitar de raíz las rameras y los tarros de los torreros en el Morro.

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