Cuando yo era chiquitico y del mamey… Oía con frecuencia las reprimendas de los mayores, no siempre agradables. Otras se mantienen vigentes, pero con cierto tufo a cosa rancia. En la pasada edición dejamos caer en EL PARQUE la semillita de este asunto.
Veamos algunas expresiones:
--Tienes las uñas negras… ¡Ve a lavártelas!
--Estás trabajando como un negro y ganando una miseria.
--Me quedé sin pincha, me las estoy viendo negras.
Era la herencia de una sociedad dividida en clases, donde al pobre le tocaba bailar con la más fea, por lo general también negra.
Con solo releer algunos anuncios clasificados de la época de la colonia en EL DIARIO DE LA MARINA tendremos ejemplos elocuentes de la trata de negros. Si lo volvemos a hojear en tiempos de la seudorepública, sus anuncios clasificados reiteran el estigma de género con la trata de blancas, oferta a veces disfrazada de “meseras”.
A tal punto llegó esa republiquita bananera concebida contra natura por la Enmienda Platt, que hasta una guerra fue provocada en 1912 por la Ley Morúa. El líder oposicionista Evaristo Estenoz, murió en combate y los alzados fueron exterminados. Resultó ser --en nuestro país-- la primera limpieza étnica del siglo XX, pues la de Weyler en el anterior no respetaba color, sexo, ni credo.
En 1966 realicé para el semanario PALANTE bajo el título de “Metamorfosis”, una caricatura que obtuvo el Segundo Premio de Humor Político de Montreal, Canadá. Lo curioso es que sin proponérmelo, la secuencia había antecedido a un movimiento rebelde dentro de los Estados Unidos que se conoció más tarde como “Las Panteras Negras”.
El negro, más allá de aspectos raciales, siempre fue un estigma para la “Alta Suciedad”: Si moría algún familiar querido había que vestir de luto riguroso. Es decir: Velo, sombrero, bata, medias, y zapatos negros por encima, mientras la ropa interior la componían: ajustador, blúmer y refajo igualmente rigurosos. Imaginemos a nuestras abuelas bajo un abrazador sol veraniego envueltas en ese sudario oscuro, y lo que es peor: Mantenerlo durante varios años hasta un sucedáneo llamado medio luto. Pero aquí también afloraba la oreja peluda de la doble discriminación, pues la pena luctuosa machista se limitaba a una corbata o un simple brazalete negro.
Los más famosos personajes del teatro bufo y vernáculo fueron sin duda el negrito, el gallego y la mulata, casi siempre enredados en un hilarante triángulo amoroso, cuyo conflicto se resolvía en la escena final de la rumba callejera. Todos aquellos “negritos” comediantes eran de piel blanca con la cara pintada de negro y guantes del mismo color. Calidad histriónica tenían y su popularidad los llevó a percibir cifras astronómicas, según reflejara su fama o la taquilla. No pocos de ellos eran sus propios empresarios. Algunos autores dramáticos cuando se les apagaba la chispa, recurrían a otros noveles desconocidos a quienes –aunque fueran caucásicos-- llamaban “negritos” y les pagaban una iguala bajo cuerda con la condición de que no podían firmar los libretos. A lo mejor, aquel blanco que salía como negro virtual al escenario, ganaba un dineral; mientras el otro “negrito” real, el verdadero que se devanaba los sesos y robándole horas al sueño escribía el libreto, recibía una migaja, y seguía en el anonimato por século seculorum. ¡Amén!
TRANVÍAS CONTRA CUCARACHAS
Si la memoria de Olga no falla, el primer tranvía propiamente dicho, circuló en La Habana hace 110 años. Olga es mi hermana de 86 años que tiene una retentiva prodigiosa; a tal punto que mi nieto Boris de veintipico de abriles, --un pico de casi una década—a cada duda me dice: --¿Consultaste con Wikipedia?—Y ya saben ustedes a quién se refiere.
Pues bien, aquello ocurrió el 22 de marzo de 1901, cuando los primeros tranvías eléctricos sustituyeron a las llamadas “cucarachas”, transportes colectivos de vapor, que circulaban por el barrio de El Carmelo en el Vedado y a su vez habían reemplazado a los vehículos de tracción animal. Estos últimos dejaban las calles hecho un asco. Los de vapor no afectaban la vía, sino a los asmáticos y a los no fumadores, que empezaron el vicio, más por venganza que por adicción.
Lo que ganamos en higiene sin el hollín ambiental, lo perdimos en accidentes fatales, porque hasta entonces sólo se podía circular a 12 kilómetros por hora en las calles estrechas, y a 20 en las calzadas.
A partir de aquel acontecimiento se duplicó el transporte de pasajeros en La capital, con la promesa de ampliar la red en cuatro direcciones: 1– Vedado-San Juan de Dios. 2 - Cerro-Alameda de Paula. 3 – Príncipe-Amistad. 4 – Jesús del Monte-San Juan de Dios. Al precio de cinco centavos plata española o 7 kilos prietos norteamericanos.
Bueno, bonito y barato dirían complacidos los habaneros, pero algo olía mal desde los comienzos de la República. Los “chivos” procreaban por doquier, y como por arte de magia, --o de a intervención yanqui para ser más exactos--, ya en junio de 1899 la HERC (Havana Eléctric Railroad de Cuba) había comprado los derechos para explotar el servicio a un precio seis veces menor al de seis meses antes. Y en medio de este mejunje surge una figura clave: Mr. Frank Steinhard, Cónsul General de los Estados Unidos en Cuba, quien renuncia en 1907 al cargo diplomático para “sacrificarse” y asumir un papel en la referida HERC.
Es bueno aclarar que aquellos primeros cachivaches eléctricos no fueron muy bien vistos por la población acostumbrada a llegar puntual independientemente de los moñingos obsequiados por la tracción animal. Los sustitutos funcionaban por baterías y a veces se descargaban a mitad de camino por lo que había que seguir viaje en la guagua de San Fernando.
Con la desaparición física del último tranvía (el No. 388 de la línea Príncipe-Avenida del Puerto, el 29 de abril de 1952) se empezaban a librar los primeros combates contra una sangrienta dictadura nacida exactamente 50 días antes. Pero el apoyo del gobierno y las corporaciones yanquis al gobierno de facto se mantuvo antes y después de Batista, por lo que todavía seguimos denunciando ante la Asamblea General de la ONU el criminal bloqueo por más de cincuenta años.
Una madrugada, mientras caminaba de regreso al hogar en medio de uno de esos apagones del periodo especial, reflexionaba si fue buena o mala la desaparición física del tranvía eléctrico en la capital, y sus consecuenci9as en una noche así. De pronto tropecé con algo duro que me lanzó al piso; con mucha dificultad me incorporé y cojeando continué mi camino. Al mañana siguiente, más aliviado, y picado por la curiosidad quise saber con qué había chocado. Me dirigí hacia el lugar del accidente; al cruzar la calle vi allí que el pavimento mostraba un bache donde afloraban como reliquias arqueológicas los fríos carriles de un antiguo Luyanó-Malecón.
Aquella puñalada abierta en el pavimento, dejando ver los rieles como restos mortales me trasladó mentalmente al pasado de explotación al que habían sometido a nuestros pueblos, y afloraron las imborrables imágenes de “Las venas abiertas de América Latina”… Hay que luchar contra el olvido.
¡Gracias Galeano por recordárnoslas!
No sé si ustedes, mis pacientes vecinos, se han dado cuenta que de vez en cuando aparece aquí la sección “En Pocas Palabras”, subtítulo que también utilicé para el libro de tiras cómicas “!Ay, Vecino!”
En varias ocasiones he tocado el tema de la brevedad en todas sus manifestaciones, pero sobre todo partiendo de la profesión que abracé desde mis comienzos: El humorismo gráfico incluyendo la caricatura personal.
Desde aquellos muñecos cabezones realizados por los dibujantes de la prensa decimonónica, hasta los sintéticos trazos de los verdaderos maestros de la línea como los cubanos Rafael Blanco, Valls, Massaguer y Juan David, la caricatura personal ha evolucionado ininterrumpidamente.
Más acá en el tiempo, foráneos como Steinberg, Thurber, Sempé, y muchos más, influyeron en la evolución del humorismo gráfico mundial y nacional, con propuestas más modernas conocidas como “Sin palabras”.
En este espacio hemos abordado algunos ejemplos como los de Abela, Felo, Chago, Fornés, Alben, Hercar, Pecruz, Felo, Tomy, Val, --ya desaparecidos— y más recientemente el caso de Pitín al arribar a sus 80 años de edad. Todos ellos demostraron en Cuba que: “Un dibujo puede decir más que mil palabras”.
He aquí dos ejemplos recientes míos de síntesis humorística: A la izquierda una titulada ARENILLA. A la derecha el amor en internet.
Pero no seamos absolutos. La fórmula puede aplicarse a toda actividad humana, y válida para cualquier época. Por ejemplo, “El tiempo es oro” pertenece al Siglo del mismo metal en la Lengua Española. A lo largo de toda la lengua, --perdón—la historia, dichos populares, aforismos doctrinarios, fábulas animadas, sentencias jurídicas, o doctos refranes y moralejas éticas, lo han demostrado. Compruébelo eliminando todos los adjetivos anteriores y verá que bien se siente.
Recurrimos pues al maestro Eduardo Heras León y su estudio de las técnicas narrativas que la Biblioteca Familiar de la Editorial “José Martí” pusiera en nuestras manos bajo el título de “Los desafíos de la ficción”.
En su página 16, al abordar los tiempos verbales de la narración dice (sic): “…Tomemos como ejemplo no una novela, sino un cuento, acaso el más corto (y uno de los mejores) del mundo: “El dinosaurio” del guatemalteco Augusto Monterroso que consta de una sola frase: (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí)…”
Y es aquí donde deseo detenerme para no hacerles perder más tiempo. A propósito de Monterroso, es cierto que prefirió definirse como guatemalteco, pero en realidad nació en Honduras donde celebró los primeros seis cumpleaños, y vivió sesenta de sus ochenta de despedida en México donde falleció el 7 de febrero de 2003
En cuanto a su dinosaurio de siete metros y solo siete palabras, no siempre fue comprendido por la crítica.
Él era así no solo con la pluma sino con el verbo. A propósito, en cierta ocasión un hipercrítico le dijo con desdén: “!Eso no es un cuento!”, a lo que Monterroso le lanzó la saeta impregnada con el veneno de la ironía: --Es cierto: “El dinosaurio es una novela”.
Otro día durante una cena, él le preguntó a cierta dama poco convincente: “…Ha leído alguna vez mi cuento EL Dinosaurio?”. Y ella le respondió: “!Ay, es lo que más me gusta de todo lo que ha escrito! Y eso que sólo voy por la mitad”…” La risa atravesada como un hueso en su garganta, por poco lo asfixia.
El humor cáustico de Monterroso lo llevó a titular su primer libro “Obras completas”, y veinte años después publicó “El resto es silencio”. De su fábula titulada “La oveja negra”, es significativa la presentación que le hizo: “Soy un hombre de frases cortas y paréntesis largos”. Era tan breve de palabra como modesto: “El mundo de la literatura me queda grande”. Según la entrevista que le hiciera Juan Forn, reproducida en la Revista Enfoque de abril-mayo-junio de 2010: “…Al pecado de escribir poco, le sumaba el de escribir corto…” A tal punto de confesar: “…Yo no escribo, yo sólo corrijo…”
Palabra ésta que también tiene su cosa, porque puede honrar un oficio tan cercano a la prensa como es el de “Corrector de Pruebas”, o un acto tan humano y necesario como fecal. Algunos se limpian con el higiénico “Subsanador de errores”, que para el caso es lo mismo, pero no es igual. Con este breve recuento la sección “En pocas palabras” se enorgullece en rendir tributo al más grande cultivador del “bonsái” literario: El colosal Augusto Monterroso.
muy buenos
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