La voz gruesa del otro lado del auricular me apremiaba:
--No tienes pérdida, chico, en la estación de Atocha terminan todos los itinerarios; al bajar del tren tomas la escalera que conduce a la calle del mismo nombre, y allí, en el Número 91 de Atocha, frente al puti-show, tienes tu casa.
Efectivamente así fue; en el cuarto piso, el colega y amigo Carlos Giménez, uno de los historietistas más famosos del mundo, autor de Kolaoo el leproso, Paracuellos, Rambla arriba Rambla abajo, Los profesionales, Barrio, entre otros muchos álbumes paradigmáticos del género, me esperaba ansioso. Contrastando con sus méritos, el abrazo fraternal y solidario de un hombre modesto, me aguardaban en el descanso de la escalera. Otro que bien baila, estaba junto a él: Alvarito.
No fue la primera ni la única vez que Carlitos, --como le llaman amigos y familiares,-- me invitara a pasar un fin de semana en la capital madrileña, aprovechando mis visitas a Asturias, patria querida de mis antepasados.
Gracias a ello, en el verano del 2005 pude pasarme un par de días recorriendo casi a paso doble, los salones del Museo del Prado, y de Reina Sofía, pues ni en un mes los vería completos.
Al leer las efemérides del día me vino a la mente un instante inolvidable de aquel acontecimiento, cuando me enfrenté --unos 10 metros, cristal por medio--, a una de las obras más impresionantes que haya contemplado en toda mi vida.
Allí, frente a mi, el famoso Guernica de Picasso, el trágico hecho de su destrucción ocurrió precisamente a las cinco de la tarde de un día como este 26 de abril, pero de 1937. En ese momento sobrevolaban el pequeño poblado de Vizcaya escuadrillas de aviones alemanes de la Legión Cóndor al servicio del dictador Francisco Franco, dejando caer una interminable lluvia de bombas explosivas e incendiarias que arrasaron con el pueblo. Entre sus escombros quedaron más de dos mil muertos.
Fue la primera acción aerea-terrorista masiva de la historia, y un experimento para lo que ocurrió con posterioridad en la Segunda Guerra Mundial. No me extiendo sobre este manido tema, pues acabo de abordarlo en la edición anterior bajo el título de “La Guerra y la Paz”.
Una semana después del genocidio, ya Picasso había elaborado un centenar de bocetos para el monumental cuadro de la masacre, con el caballo agonizante, el niño moribundo entre los brazos de la madre, y otros elementos simbólicos, como el del toro herido. El miura, --representativo del pueblo español--, ya había sido tratado por él un par de años antes en la serie Minotauros.
En junio de 1937 el cuadro ya era exhibido en el pabellón español de París, y desde ese momento se consideró una de las obras cumbres de la pintura del siglo XX.
Aquello fue una excepción: Caracterizado el pintor por la constante búsqueda y rompimientos formales; en el caso de “Guernica” hay más una motivación ética que artística. Fue un impacto demasiado intenso que le provocó una febril actividad y un compromiso a partir del sentimiento.
Un año antes de aquella agresión nazi-fascista Picasso había sido nombrado por la República director del Museo del Prado, pero no llegó a ejercer debido a la guerra civil. Emigró entonces a Francia y ayudó a salvar de las garras franquistas, algunas de las joyas más preciadas de la plástica española como el “Carlos V” de Tiziano, o “Los fusilamientos del 3 de mayo” de Goya.
Al extenderse el nazismo por toda Europa, el Guernica pasó de Francia a los Estados Unidos en la década de los años cuarenta, donde fue llevado al Museo de Arte Moderno de Nueva York donde quedó en depósito por casi cuarenta años más.
Al morir Picasso en 1973, su última voluntad fue que el Guernica—sin dudas un bien patrimonial del pueblo español--, solo regresaría al suelo patrio cuando en él existiera una democracia.
Como a Franco no lo sucedió la república, sino una monarquía parlamentaria, se puso en duda el retorno de la obra a la península. No pocos reclamos de una y otra parte se suscitaron. A la larga, triunfó la tesis de que una monarquía de ese tipo sería suficiente garantía, y tras largas negociaciones entre el Museo neoyorquino y sus herederos, se llegó a la conclusión de trasladar el cuadro.
Por fin en 1981, llegó a la península y fue depositado provisionalmente en el Casón del Buen Retiro hasta que en definitiva pasó al Museo de Santa Sofía. De ahí que en mi visita años después, pude contemplar dicha maravilla.
De la monumental obra picassiana se ha escrito tanto como su descomunal, variada, y exitosa producción. Ni mi capacidad ni el espacio me permiten abordar tal hazaña.
Para finalizar sólo quiero referirme a una curiosidad:
El Guernica se exhibió en Nueva York a petición propia de su autor por casi cuatro décadas; sin embargo, Pablo Ruiz Picasso, nacido en Málaga el 25 de octubre de 1881, nunca pisó territorio estadounidense. Por el contrario, durante 25 años estuvo fichado en los archivos secretos del FBI como un “asunto de seguridad” bajo la etiqueta (C) Comunista, ya que desde 1944 perteneció al Partido Comunista Francés, y por tanto resultaba peligroso para la cacería de brujas implantada durante el nefasto macarthismo.
Picasso: El pintor más importante del siglo XX en todo el mundo, no fue la única víctima. Igual destino corrieron personalidades tan célebres como el escritor Louis Aragón, el arquitecto Lecobusier, o el genial Charles Chaplin. ¿Y de los 10 de Hollywood, qué?
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