A propósito del comentado Festival Cubadisco 2010, de hace dos meses, todavía se habla que por primera vez éste se dedicó a la música campesina. Hay que destacar los numerosos aportes surgidos como la Canturía por la Patria, --la jornada de música campesina más larga del mundo— que superó las 300 horas consecutivas de puntos y tonadas típicas, -la “guajirá gigante”-- así bautizada por el carismático y polifacético Alexis Díaz Pimienta. Como se ve no hubo mucho repentismo, pero ninguna improvisación al diseñar el evento.
Arrancó el Primero de Mayo para alegrar nuestros campos y ciudades desde la punta de Maisí hasta el cabo San Antonio, y entre las múltiples iniciativas, destaca el Primer Campeonato Internacional de Pies Forzados, que si no me equivoco la idea surgió en la Casa del Indio Naborí ubicada en el poblado matancero de Limonar, y se clausuró con una competencia de repentistas en la Casa de la Cultura de Plaza en la capital.
A propósito del Indio Naborí, personaje al cual nos hemos referido anteriormente, el seudónimo utilizado por Jesús Orta Ruiz–su nombre verdadero-- refleja su personalidad.
Cuenta el bardo que antaño los poetas campesinos utilizaban términos aborígenes como “Cacique” para significar su rango y superioridad durante la competencia. En su modesta opinión, si el cacique era el jefe, el naborí venía a ser el indio simple, que trabajaba la tierra o cazaba para la tribu. Imprevisible decisión que tomó de sorpresa a sus adversarios: Así surgió el nombre que lo llevó a la fama.
Recientemente el colega Héctor Arturo me solicitó alguna anécdota relacionada con Jesús Orta Ruiz, dados mis vínculos con el consagrado poeta desde los días fundacionales de Palante y Palante. Estaba escribiendo un libro “In memoriam” dedicado al popularísimo bardo y recababa mi aporte con alguna anécdota de nuestras relaciones.
El Indio y yo, no sólo compartimos labores en el semanario por aquella época, sino que tuvimos responsabilidad en más de un concurso organizado por la ANAP, y en las anuales Jornadas Cucalambeanas que se celebran cada verano en Las Tunas.
En una de ellas ocurrió algo imprevisible. Tras una jornada matutina, con juegos florales y un almuerzo criollo en el ranchón del Cornito, hacíamos la sobremesa a orillas del Hórmigo, ríachuelo al que el Cucalambé atribuyera rumores pasionales.
Presentes en el singular agapito a la sombra de bambúes cantarines nos acomodamos como mejor pudimos en la mullida ribera: José (Pepe) Ramírez, entonces presidente de la ANAP; Raúl Ferrer, a la sazón viceministro de Cultura; Chanito Isidrón, de quien hablaremos próximamente; el Indio Naborí: y María del Carmen Prieto, homenajeada este año en la Jornada Cucalambeana. Grupo formado por verdaderos maestros en el cultivo de la espinela, excepto yo que, como poeta soy un buen pelotero.
Todos tomaron cartas en el asunto y Carta Blanca entre uno y otro asunto. Como yo estaba de arete en el grupo, me solicitaron que por lo menos, me ganara los tragos realizando caricaturas a cada uno de los presentes.
Animado por la invitación un tanto etílica, comencé mis bocetos; y parece que me porté bastante bien porque a cada entrega, la risotada generalizada aprobaba el esfuerzo.
Así fue en todos los casos, excepto con Naborí, que cada vez que lo miraba se me escondía detrás de los demás. Cansado de tanta escondedera, y cuando no me quedaba más ninguna víctima, me dirigí a él:
--Mira, Indio, para que veas que no necesito mirarte, me voy a virar de espaldas mientras improviso tu caricatura.
Así lo hice, y el resultado fue una carcajada más estruendosa que todas las anteriores.
Como constancia de la anécdota, aquí les presento a mis vecinos una copia del original realizado, entregado y dedicado a él personalmente.
Ha sido la caricatura más sencilla de mi vida: ¡Un mentón y un bigotito! ¡Más nada!
La trayectoria política y artística del singular personaje de nuestra cultura es inabarcable, mucho menos en este breve espacio en que no está.
Sobre su vida y su obra, siempre quedaríamos en deuda con ustedes, por lo tanto, los invito a leerse el libro “Para hablar del Indio” cuando salga al mercado. En cuanto a su autor, --el amigo Héctor Arturo--, lo felicito por su proyecto y prometo no cobrarle nada por la publicidad.
Arrancó el Primero de Mayo para alegrar nuestros campos y ciudades desde la punta de Maisí hasta el cabo San Antonio, y entre las múltiples iniciativas, destaca el Primer Campeonato Internacional de Pies Forzados, que si no me equivoco la idea surgió en la Casa del Indio Naborí ubicada en el poblado matancero de Limonar, y se clausuró con una competencia de repentistas en la Casa de la Cultura de Plaza en la capital.
A propósito del Indio Naborí, personaje al cual nos hemos referido anteriormente, el seudónimo utilizado por Jesús Orta Ruiz–su nombre verdadero-- refleja su personalidad.
Cuenta el bardo que antaño los poetas campesinos utilizaban términos aborígenes como “Cacique” para significar su rango y superioridad durante la competencia. En su modesta opinión, si el cacique era el jefe, el naborí venía a ser el indio simple, que trabajaba la tierra o cazaba para la tribu. Imprevisible decisión que tomó de sorpresa a sus adversarios: Así surgió el nombre que lo llevó a la fama.
Recientemente el colega Héctor Arturo me solicitó alguna anécdota relacionada con Jesús Orta Ruiz, dados mis vínculos con el consagrado poeta desde los días fundacionales de Palante y Palante. Estaba escribiendo un libro “In memoriam” dedicado al popularísimo bardo y recababa mi aporte con alguna anécdota de nuestras relaciones.
El Indio y yo, no sólo compartimos labores en el semanario por aquella época, sino que tuvimos responsabilidad en más de un concurso organizado por la ANAP, y en las anuales Jornadas Cucalambeanas que se celebran cada verano en Las Tunas.
En una de ellas ocurrió algo imprevisible. Tras una jornada matutina, con juegos florales y un almuerzo criollo en el ranchón del Cornito, hacíamos la sobremesa a orillas del Hórmigo, ríachuelo al que el Cucalambé atribuyera rumores pasionales.
Presentes en el singular agapito a la sombra de bambúes cantarines nos acomodamos como mejor pudimos en la mullida ribera: José (Pepe) Ramírez, entonces presidente de la ANAP; Raúl Ferrer, a la sazón viceministro de Cultura; Chanito Isidrón, de quien hablaremos próximamente; el Indio Naborí: y María del Carmen Prieto, homenajeada este año en la Jornada Cucalambeana. Grupo formado por verdaderos maestros en el cultivo de la espinela, excepto yo que, como poeta soy un buen pelotero.
Todos tomaron cartas en el asunto y Carta Blanca entre uno y otro asunto. Como yo estaba de arete en el grupo, me solicitaron que por lo menos, me ganara los tragos realizando caricaturas a cada uno de los presentes.
Animado por la invitación un tanto etílica, comencé mis bocetos; y parece que me porté bastante bien porque a cada entrega, la risotada generalizada aprobaba el esfuerzo.
Así fue en todos los casos, excepto con Naborí, que cada vez que lo miraba se me escondía detrás de los demás. Cansado de tanta escondedera, y cuando no me quedaba más ninguna víctima, me dirigí a él:
--Mira, Indio, para que veas que no necesito mirarte, me voy a virar de espaldas mientras improviso tu caricatura.
Así lo hice, y el resultado fue una carcajada más estruendosa que todas las anteriores.
Como constancia de la anécdota, aquí les presento a mis vecinos una copia del original realizado, entregado y dedicado a él personalmente.
Ha sido la caricatura más sencilla de mi vida: ¡Un mentón y un bigotito! ¡Más nada!
La trayectoria política y artística del singular personaje de nuestra cultura es inabarcable, mucho menos en este breve espacio en que no está.
Sobre su vida y su obra, siempre quedaríamos en deuda con ustedes, por lo tanto, los invito a leerse el libro “Para hablar del Indio” cuando salga al mercado. En cuanto a su autor, --el amigo Héctor Arturo--, lo felicito por su proyecto y prometo no cobrarle nada por la publicidad.
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