Sean estas dos humildes caricaturas, mi modesto homenaje a ese
cuadrúpedo de madera que tantas emociones nos ha trasmitido a través de siglos
tensando sus cuerdas para que se luzcan
los mejores tecladistas de Cuba y del mundo.
Se trata del piano, especie de Pinocho musical, hijo del carpintero
Bartolomeo Cristófori, tan italiano como el Gepetto del cuento de “Pinocho”,
quien bautizó su invento en 1695 como Forte-Piano y del cual sólo pudo
construir tres en toda su vida.
El más antiguo de los existentes aún, fue terminado en 1720 y
se
conserva en el Museo Metropolitano de Nueva York; precisamente bastante cerca
de los talleres de su exitoso sucesor, el alemán, Heinrich Engelhard Steinway,
quien se había visto en la necesidad de emigrar hacia los Estados Unidos a
mediados del siglo XIX.
Steinway se estableció en la ciudad neoyorquina donde apoyado en sus
cuatro hijos logró el 8 de marzo de 1853 darle vida a su primer instrumento
totalmente hecho a mano y así se ha mantenido hasta el día de hoy con más de medio
millón salidos de la firma “Stenway and Son”.
En 1880 la familia Steinway instaló una sucursal en la ciudad alemana
de Hamburgo bajo los mismos patrones de calidad y control de la empresa matriz.
De esta forma salen anualmente de manos de sus artesanos en ambas fábricas
alrededor de tres mil pianos de cola y seiscientos verticales. En 1903 la firma
se consolidó tan firmemente, que, de sus talleres se habían comercializado ya
cien mil pianos sin la más mínima reclamación de calidad.
Han pasado 160 años de aquella hazaña lograda por la familia Steinway en
Nueva York y quisiera referirme ahora a otra familia prestigiosa pero cubana.
Para ello, mis queridos vecinos, los invito a vincularse con el
trabajo titulado “De tal palo tales astillas” publicado en este blog el 12 de febrero de 2010, donde presentamos la
caricatura de Chucho con motivo del premio Granmy obtenido
en esa fecha por ambos.
A todo lo expresado en aquel trabajo, puedo agregar una nueva sorpresa
que me deparó--ya nonagenario--Bebo Valdés hace apenas un par de años, con la
película “Chico y Rita”, realizada en colaboración con el afamado
cineasta español Fernando Trueba e inspirada en los recuerdos de un viejo
pianista habanero --según mi opinión--un dibujo animado para adultos, con
sentidas añoranzas de la historia musical de nuestro país, muy lejos de los
encasillamientos del mercado y cuya dramaturgia rompió con todos los esquemas
del género. Tal vez, la causa de que obtuviera, tan merecida nominación al Oscar
en el 2011.
Apenas concluido este trabajo, nos llega la triste noticia de su fallecimiento
a los 94 años de edad en Suecia, bastante lejos de su Quivicán nativo, de La
Habana que tanto disfrutó de sus éxitos o de su actual residencia en Málaga,
España.
Cómo olvidarnos de sus aportes a la rumba-flamenca, al latin-jazz, o de
aquel inolvidable ritmo Batanga que llevó a todos los escenarios del mundo la
liturgia misteriosa de los tambores batá, hace más de medio siglo.
Sea pues este, mi postrer tributo a quien deja no solo una imborrable
huella de maestría y entrega personal a la música cubana de todos los tiempos,
sino a la herencia cultural heredada por toda una familia de consagrados.
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