El
9 de agosto se celebra en Galicia el Día del Emigrante; desconozco si ocurre lo
mismo en el resto de España. Lo cierto es que ese día del año 2008, José López
Lledín, más conocido en Cuba como “El Caballero de París” regresó al
terruño multiplicado en 24 caricaturas que fueron expuestas en el museo
Etnográfico de Fonsagrada, provincia de Lugo.
Era
el fantasma de “La Leyenda que Camina”, como se tituló el libro que presenté
cinco meses antes en la Feria Internacional del Libro de La Habana. La copia de
portada aparece en el bajante de la derecha en este blog personal desde
entonces; y es que, el acontecimiento celebrado a bombo y platillo con bailes
típicos y pasacalles en aquel condado, inspiró precisamente la creación de este
sitio. Por tanto, cumplimos en este mes exactamente cuatro años de aquel primer
trabajo titulado“El regreso del Caballero”.
Si
sorprendente me resultó aquella festividad, más lo fue que a mi regreso, ya la
edición de la obra se había agotado en todas las librerías de La Habana, y que
el 30 de diciembre de ese mismo año, a petición del Historiador de la Ciudad,
el Dr. Eusebio Leal Spengler, se creara en el Centro de Salud Mental de la
Habana Vieja, la galería homónima, con una muestra gemela a la expuesta en su
terruño durante el verano—y más curioso aún--precisamente en el centro
asistencial en que ejercía y aún lo hace, el médico de cabecera e historiador
del aquel “caballero de capa y espada”
mientras estuvo ingresado en el Hospital Psiquátrico de La Habana hasta su
fallecimiento a los 96 años de edad. Es decir: El Dr, Luis Calzadilla Fierro, a
quien el propio López Lledín calificara como su “fiel mosquetero”.
Si
fantásticas eran sus narraciones caballerescas, su propia vida estuvo llena de
anécdotas y misterios, como el de llamar a la Habana “su querida Dulcinea” y
negarse a abandonarla cuando sus propios familiares, dado su azaroso
peregrinar, así se lo impusieron.
Las
distintas versiones de la tragedia que provocó su “genial locura” al ser
injustamente encarcelado. Sus amoríos, antes y después de “enfermarse” en prisión. ¿Tuvo o no hijos? Su primer oficio
en Cuba, entre otras muchas incógnitas de su azarosa vida, más su carismática
locuacidad, lo convirtieron en un verdadero ícono del folclor capitalino.
Algo
similar me había ocurrido con otro personaje costumbrista-urbano también de
mediados del pasado siglo e íntimamente relacionado con el “caballerín del
cuento”. Se trata de Manuel Pérez Rodríguez, (a) Bigote de Gato.También
llegado a Cuba como él, en la ola migratoria española de comienzos del siglo XX
en busca de fortuna, aunque en vez de gallego, era asturiano.
Ambos
comenzaron a trabajar desde abajo en el giro gastronómico; uno terminó víctima
del destino como un ambulante desquiciado, y el otro logró convertirse en un
exitoso comerciante, pero sin perder esa empatía que une a los emigrantes en
general, y en particular ha acuñado entre nosotros la frase: “Gallegos
y asturianos, primos hermanos”.
Pero
he aquí otro descubrimiento que hice en aquel viaje del 2008:
En verdad, pude
visitar Galicia gracias a la “Operación Añoranza”, una iniciativa dirigida al
reencuentro con familiares que se lograba a través de las distintas autonomías
asturianas. Así fue como llegué a la aldea
donde nació mi padre --Grandas de Salime-- en el suroeste del Principado.
Al
orientarme allí con el entonces director del Museo local conocido como Pepe el
Ferreiro. Éste me indicó que sólo teníamos que cruzar el rio Navia, pues la
aldea natal de Lledín--Vila Seca--estaba en la orilla opuesta; y sin embargo, a
más de 80 kilómetros de donde se iba a inaugurar aquella exposición-homenaje.
Es decir que Lledín tenía más metros de asturiano que de gallego, aunque la fe
de bautismo dijera lo contrario.
Pero
regresemos a Cuba para ocuparnos del otro sinpar protagonista de esta historia:
Manuel Pérez Rodríguez, más conocido como creador y propietario del bar “Bigote de Gato”, quien ganó
merecida fama durante las décadas del 40
y 50 del pasado siglo. El establecimiento había cerrado sus puertas en
los primeros años del proceso revolucionario y Manuel -–aún fuerte-- se jubiló
como muchos otros “adultos” del Buenavista Social Club.
Es
bueno recordar que dicho personaje adquirió popularidad precisamente por su
enorme mostacho, su boina roja, y el Chevrolet convertible del 26 totalmente
pintorreteado con caricaturas y mensajes promocionales de su famoso bar. Allí
habían dejado su impronta dibujantes humorísticos como Felo, Val y Gibert
discriminados en los medios masivos por
sus afinidades políticas o proletarias y pasaban las de Caín, para buscarse los
frijoles. En esos momentos el “Bar Bigote de Gato” se convertía
para ellos en refugio y sostén.
Pues
bien, unos diez años antes de mi incursión por tierras gallegas, el entonces
Presidente de la Federación de Asociaciones Asturianas de Cuba, Evaristo
Arrinda de la Presa—ya fallecido--me plantea el interés de crear en el local
social una peña humorística, y yo propuse honrar la memoria del bigutudo octogenario,
ya retirado pero que aún mantenía gran popularidad entre los habaneros.
Fue
así que se creo la Peña Humorística “Bigote de Gato” a mediados de la
década de los años noventa en el local social de Prado y Virtudes.
Razones
ajenas a nuestra voluntad provocaron que en medio del periodo especial,
tuviésemos que trasladar la Peña para la Agrupación Castropol –sociedad
regional también de origen asturiano--, donde el anciano pudo lucir de nuevo su
famoso mostacho pero ahora blanco en canas. Todos los meses él presidía un
cumpleaños colectivo para los asociados, muchos de ellos también jubilados con
pocos recursos económicos. Aclaremos que--a pesar de sus noventa años
celebrados allí por todo lo alto--su vitalidad, su optimismo, y su contagiosa alegría,
enriquecieron aquellas veladas hasta su defunción en el verano del 2003.
Al
arribar a su centenario, el 4 de diciembre del 2010, la Oficina del Historiador
de la Ciudad, decidió conmemorar la fecha convocando una exposición de caricaturas
personales similar a la realizada exitosamente con el Caballero de París—su
alter ego--.
En
la íntima inauguración de la muestra, presidida por el Dr. Eusebio Leal
Spengler, en los salones del restaurante “Santo Ángel” sito en la Plaza Vieja, y
en presencia de sus familiares más cercanos, se nos anunció el restablecimiento
del “Bar Bigote de Gato”, en la esquina de Teniente Rey y Aguacate a pocos
metros de su ubicación original situada a medianía de cuadra, cuyas obras
constructivas comenzarían de inmediato.
Para
aquellos extremistas petrificados en el tiempo, puedo aclarar que durante casi
cincuenta años se quiso acometer dicha tarea en el lugar exacto donde estuvo
ubicada la taberna, pero resultó imposible. Así que el bar-museo estará precisamente
donde debe estar: En el corazón del Casco Histórico, y en el de todos los que
lo quisimos, lo ayudamos, y honramos al
carismático Manolín Pérez Rodíguez, o Mont, como a veces le gustaba firmar su segundo
apellido.
Pero
además, les recuerdo que tanto el bar aludido como “La Bodeguita del Medio”
fueron modestos establecimientos cuyos dueños no tenían suficiente solvencia económica
como para ocupar sus respectivas esquinas y sin embargo les sobraba iniciativa,
voluntad e imaginación con lo que adquirieron fama y popularidad en tiempos de
salvaje competitividad gastronómica. Un solo ejemplo de ello: El original “Club
de los noctámbulos” creado por ese hombre del gran bigote negro, como
refugio de la bohemia de la época.
Por
todo este esfuerzo en el rescate de nuestra identidad debemos sentirnos
agradecidos, y la satisfacción de que las nuevas generaciones puedan disfrutar
la resurrección del “Bar Bigote de Gato”, con sus recuerdos, sus originales platos,
el empeño de crear el mismo clima de camaradería de antaño, donde nunca faltó
el chascarrillo a flor de labios, y una
ambientación agradable, rodeados ahora de caricaturas para hacerles más grata
la digestión.
Nos
vemos en la inauguración.
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